Con frecuencia el cine ofrece pinceladas, tics, que reflejan la mente colectiva. Sucede en Fourth Man Out (A. Nackman, 2015), película que recibió el premio del público en el Outfest de Los Ángeles y el premio a la mejor narrativa en el Festival LGBT InsideOut de Toronto. En clave de comedia, relata la salida del armario de Adam, mecánico de coches en una pequeña localidad del estado de Nueva York. En su 24 cumpleaños, y para sorpresa de sus mejores amigos, se atreve por fin a decir “soy gay”. Abierta la puerta, hay que seguir dando pasos y el siguiente es la familia. Duro trago que decide ensayar con la ayuda su amigo Chris en el papel de la madre.
Durante este ensayo, Cris pregunta: –¿qué es lo peor que puede pasar?-.
“Que a mamá le dé un infarto y papá enloquezca porque jamás le daré nietos”, responde Adam, con cara de circunstancias.
La réplica de Chris es automática: –¡Por Dios, eres gay, no estéril!-.
Como es sabido, el folclore enseñaba (enseña) que los gais no tenemos hijos. Como mucho, se nos puede dejar adoptar (y no sin polémicas), pero no tenemos hijos. Eso se supone cosa propia del hombre cisexual y heterosexual. El hombre gay no se reproduce. Verdad trillada que se repite como parte de los grandes axiomas universales, a ver si, a fuerza de insistir, nadie se da cuenta del detalle: -¡Por Dios, eres gay, no estéril!–
Hace casi dos años escribí un texto para Oveja Rosa bajo el título “La suerte de ser padre gay”. En realidad la suerte es ser padre. Ser padre y vivirlo.
Secularmente, los hombres hemos estado alejados de la crianza, del placer de cuidar y besar y jugar y acariciar y disfrutar de cada segundo de la vida de los hijos e hijas. Eso era una ocupación “de mujeres” y los hombres mantenían las distancias pues eran la auctoritas, la potestas, el pater familias. ¡Cuántas personas he conocido que, hablando de usted a su padre, nunca hablaron con él!
Los cambios sociales han mudado definiciones familiares caducas. Pero donde se han creado nexos absolutamente nuevos ha sido en el colectivo LGTB+ y, dentro de él, las familias gais hemos roto tabúes, desterrado la figura paterna tradicional y trastocado ciencias y conciencias. Y sí, por suerte, compartimos cuidados, juegos, cuentos, besos y caricias con hijas e hijos en una plenitud que ni siquiera se había sospechado.
Ser padre es una suerte y ser padre gay es, más que una suerte, una maravilla inmensa. Maravilla que no es fácil. Nada fácil. Aunque hoy se abren caminos para ello.
Hasta hace poco, la opción mayoritaria para tener un hijo era mediante una relación heterosexual (y matrimonial). Infinitud de gais lograron sus hijos así, viviendo una ficción de existencia y de familia “normal”. Si en las grandes ciudades puede estar desapareciendo este recurso, en muchos pueblos de España es el modo de malvivir una orientación sexual que, aún, hay que disimular y ocultar.
La coparentalidad es una alternativa. Poco habitual, eso sí, tanto por parte de las mujeres como de los hombres. Un proceso de coparentalidad es de difícil abordaje y más que delicado encaje. Requiere aclarar muchas cosas antes de iniciarlo y asumir que, después, habrá un domicilio y un entorno habitual en el que no vivirán juntos ambos progenitores, con lo que eso implica de pérdida de oportunidades.
La adopción fue en su día (aún lo es en muchos países) una barrera infranqueable para el mundo LGTB+. En concreto para los gais era algo inimaginable hasta hace pocos años y, así y todo, amigos tengo que acabaron adoptando ocultando su condición, su relación de pareja, mintiendo y pasando meses de terror, perdidos en ciudades extrañas, temiendo que les arrebatasen a sus hijos cualquier mañana. Durante unos años, tras los cambios legales, fue una opción en crecimiento, pero hoy la adopción, especialmente la internacional, es un proceso en constante retroceso, no solo en España, si no a nivel mundial. Los países rechazan perder a sus niños y buscan vías de protección del menor que no impliquen adopción por extranjeros. En cuanto a España, dado que casi todos los embarazos que llegan a término son deseados, la posibilidad de adopción se ve limitada a casos especiales, esporádicos. Por todo ello, adoptar es poco menos que inalcanzable para el colectivo gay. Modificar la legislación actual podría facilitar algo las adopciones, pero nada evitará que, día tras día, sea una elección en franca retirada.
La gestación por sustitución (GS), la subrogación, es la técnica reproductiva indicada en nuestro caso y la que, cada vez más, es elegida para construir nuestras familias. Una evolución lógica, pues forma parte del desarrollo de los derechos sexuales y reproductivos. El modelo de otras colectividades, que recurren a la ciencia y a la donación de capacidades reproductivas para configurar su familia, era natural que alcanzase también a la comunidad gay.
Practicada desde hace décadas por parejas heterosexuales, el paso dado por Manuel y Marcos, pioneros en España, inició un camino que hemos seguido muchos otros.
Pese a los sacrificios de todo tipo, los miedos e inseguridades, pese a vernos obligados a emigrar, cada días muchos hombres, solos o en pareja, se dirigen hacia la GS. Una posibilidad que, ojalá, pronto sea real en España y se evite a las futuras familias recorrer miles de kilómetros para realizar su proyecto vital.
Todas las alternativas, todas, han de ser posibles y han de permitir a cada cual elegir su camino, propio, único y personal. Todos, y todas, tenemos derecho a formar nuestra familia como deseemos. Todos, y todas, tenemos derecho a intentar sentir el abrazo del hijo, a oírle, a verle crecer.
Tengo la fortuna de ser padre y gay. De tener un marido y un hijo. De vivir sus progresos y ver las cosas buenas que atesora. Como la generosidad. Alonso es un niño básicamente generoso. Siempre tiene en mente una persona y un regalo que hacer. Es su naturaleza. Yo creo que le viene por vía de la epigenética. Nueve meses dentro de una mujer como Kara, su gestante, seguro que le han dejado huella. Su largueza y su amor a los demás creo que son parte de lo que ha recibido, aun sin vínculo genético, de ella.
Hoy ha cogido un oso de peluche, con el logo de nuestra asociación, y se ha marchado a la piscina en busca de su amiga Vega, ofreciéndole el osito y un beso. “Es de gestación subrogada”, le dice. Lo miran y hablan un rato, como compartiendo un secreto. Lo guardan en la mochila y saltan al agua, salpicándonos a todos con su alegría. Cuando, ateridos, salen, Alonso corre hacia nosotros. Mientras lo envolvemos en su toalla y le rodeamos para darle calor, se gira y dice: “te quiero, papá; te quiero, papi”.
Definitivamente, ser padre es una maravilla inmensa.
Nunca renunciéis a ello. Nunca dejéis de soñar.
Nunca desistáis de ser el arquitecto de vuestros sueños.