Aunque todos me decían que ser madre soltera iba a ser difícil, que por qué no me esperaba a tener una novia para formar una familia, yo sabía que podía con todo. Por eso me embaracé de mi primer bebé.
Nos adaptamos muy bien el uno al otro, era realmente el niño perfecto en todos los sentidos. Y ya cuando tenía casi dos años me di cuenta que lo que más deseaba era darle un hermanito. “¡Ahora sí que estás muy loca! ¿Tú sola con dos?”, me decían muchas personas. Recuerdo que hablando con mi padre le dije: “¿Qué te parecería si me embarazo otra vez? ¿Me ves capaz?”. Y él contestó: “por supuesto, te veo capaz de eso y de mucho más”.
Me fui a la clínica Centro de Fertilidad, donde me brindaron los mismos ánimos y apoyo que mi padre me hizo sentir. Esta vez decidimos conseguir el embarazo con una fecundación in vitro, puesto que por mi edad, 39 años, era más factible que una inseminación.
Me sacaron 12 óvulos, fecundaron 8 y de esos dos se convirtieron en embriones de buena calidad. Me pusieron uno y no me quedé, a la pena que eso me provocó se sumó que se decretó el estado de alarma y las clínicas cerraron.
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Apenas todo se abrió volví a Centro de Fertilidad por el único embrión que me quedaba. Estaba insegura, pero la doctora me decía: estoy segura de que saldrá muy bien. Y así fue, mientras escribo esto tengo a mi pequeño jugando a mi lado. Ya tiene dos años y el mayor tiene 5.
No lo tenía claro, pero…
“Cuando mi esposa, Susana, me dijo que quería volver a intentar ser mamás, me dio un vuelco el corazón. Dos años antes habíamos completado una verdadera odisea de mucho tiempo intentando quedarnos embarazadas.
Habíamos probado sus óvulos, los míos, su útero y el mío y no lo habíamos conseguido. Perdimos alegría y dinero. Me negué. Pero Susana es bastante persistente.
Me daba miedo volver a sufrir todo lo que significó negativo tras negativo y dos abortos.
Solo un intento más, me decía. Accedí. Llegamos a Centro de Fertilidad porque dos de nuestras amigas habían sido madres ahí. Desde el principio nos sorprendió el trato. Abrazaron nuestro dolor y con mucho tacto fuimos revisando nuestras opciones.
Según los estudios que nos hicieron nos dimos cuenta que nuestra reserva ovárica era muy baja. No tenía sentido seguir intentando con nuestros óvulos. Nos pusieron sobre la mesa la ovodonación y la adopción de embriones.
En la primera buscaban una donante que se pareciera a Susana y se fecundaban sus óvulos. En la segunda le transfería un embrión que hubiera sobrado del tratamiento de otra mujer.
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Optamos por la segunda opción ya que es más barata y de todas maneras no se parecería a nosotras. A mi me costó más que a Susana. Saber que el bebé no tendría nada genético nuestro, me causaba inseguridad pensar que quizás los donantes eran inestables o tenían enfermedades no detectadas.
En Centro de Fertilidad intentaron calmar varios de mis miedos. El acompañamiento psicológico que te bridan fue vital para nosotras.
Transfirieron dos embriones a Susana, nosotras pensando que ninguno se agarraría y ahora tenemos a una niña y a un niño poniendo nuestra vida patas arriba. Y disfrutando al máximo.
Apenas los tuve en mis brazos me di cuenta que la genética no significa nada en la maternidad. Nuestros hijos son lo más increíble que nos ha pasado en la vida
Conseguir ser madre me llenó de gratitud a la vida, a los donantes de óvulo y esperma, a Centro de Fertilidad, a los médicos, a cada persona que contribuyó al proceso.
Si no lo habéis pasado bien, si habéis tenido una historia similar a la nuestra, no os rindáis. Lo mejor aún está por venir”.
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