La experiencia de dos chicos gais en su segundo año dentro del programa “Vacaciones en Paz”
No es la primera vez que os hablo de nuestra experiencia como familia de acogida, en verano. El año pasado conocimos a Sidi, un niño que nos dio muchísimo más de lo que recibió. Nuestro contacto con él ha sido constante y permanente. Todas las semanas hemos podido hablar con el pequeño, por teléfono, e informarle de cómo estaban las cosas por España.
Él, por su parte, nos ha contado cómo es su vida allí, en el Sáhara, sus necesidades y sobre todo, nos ha reclamado que no nos olvidáramos de su existencia, ya que sus deseos de volver eran más que patentes.
Durante el año, hemos podido mandarle ropa, nocilla, chucherías… Todas esas cosas que a los niños les encantan, y que en el Sáhara, por unas circunstancias más que evidentes, no están a su alcance.
Este año la participación en el programa “Vacaciones en Paz” cambiaba, y es que “nuestra familia” era distinta. La pareja se había roto, con todo lo que ello conlleva, pero tanto mi ex, como yo teníamos clara una cuestión: Sidi tenía que ser algo prioritario, pese a las actuales circunstancias.
Tras unos meses convulsos (lo habitual tras una ruptura), llegó el momento de plantearse la vuelta de Sidi, ya que el mes de junio estaba cerca. Ambos teníamos mucho miedo de pensar en cómo se tomaría el niño el que ya no viviéramos juntos, como actuaría, como nos afectaría a nosotros el tener que retomar el contacto, pero sobre todo cuál sería su comportamiento para con ambos.
Algunos problemas iniciales nos hicieron pensar que “no seríamos capaces de hacerlo juntos”. Pero tras hablarlo sosegadamente, y tras la interlocución con nuestras respectivas familias nos dimos cuenta de que el pequeño debía de estar por encima de nuestras propias diferencias.
Y finalmente llegó el día en el que Sidi volvió. Hasta entonces no se le dijo nada de nuestra situación personal, y es que es algo que es mejor hablar “cara a cara”. Mi ex y yo fuimos a recogerlo nerviosos, excitados, y con la convicción de que éramos capaces de hacerlo bien.
Nuestros miedos se disiparon al verlo. En primer lugar nos llamó la atención que nuestro pequeño seguía igual. ¡No había crecido nada! Eso sí, venía arregladito, guapo e igual de cariñoso que cuando marchó. Nunca olvidaré el momento de volver a abrazarnos. Su corazón latía tan deprisa como el mío. En ese momento supe que el amor que siento es recíproco y lo será para siempre.
Una vez en el piso, nos dimos cuenta de que Sidi, este año, no tendría ningún tipo de problema de adaptación. El pequeño sentía la casa como suya propia, y por tanto sabía cuál era su espacio, su habitación, las reglas… Mi ex pareja entró de nuevo en mi domicilio, tras un tiempo sin hacerlo. Fue él quien se encargó del niño en los primeros momentos, ya que por motivos laborales, no pude compartir esas primeras horas. Al volver me dijo: «El niño lo llevará bien”.
Tras el primer día de aterrizaje, llegó el momento de explicarle al pequeño que ya no estábamos juntos, que la pareja se había roto, pero que iba a estar con los dos. Para no volverlo loco, se decidió que el niño estuviera en mi casa, como referencia, pero que de manera diaria pasara tiempo con los dos.
Sidi no lo comprendía del todo, y durante una o dos semanas no paró de preguntarme (sólo a mí) que por qué él ya no vivía en casa, que si lo había echado, que quería hacer cosas los tres juntos… Más de una rabieta le costó entenderlo, e incluso (como cualquier niño haría) intentó aprovecharse de la situación. En ese momento, supimos estar ambos a la altura, dejando claro, que nuestra situación para nada afectaría a su experiencia.
Una vez hecho esto, nuestro pequeño comenzó verdaderamente a adaptarse a las circunstancias y a disfrutar de su verano en España, antes de volver a los campamentos de refugiados. Escuela de Verano, tardes de piscina, playa, visita a la Warner, Aquapark y tres bodas, son el resumen de algunas de las actividades de las que Sidi pudo formar parte en sus “Vacaciones en Paz”.
Para nosotros, la rutina era distinta también. Hemos sido como dos papás separados, que hemos priorizado el interés del pequeño, frente a nuestras diferencias. Esto ha supuesto una madurez personal de la que jamás pensamos que fuéramos capaces de hacer gala. Traerlo, llevarlo, preguntarnos si ha comido bien, qué tal se había levantado, necesitas un cable con la ropa, cómo ha dormido, que no coma muchas chuches que luego no cena, que haga los deberes, no le dejes mucho rato la consola, cuidado con la bici…
Todo ello ha sido posible gracias a la ayuda de muchas personas; familias, sus amigos, mis amigos, y sobre todo de un niño que se hace querer allá por donde va, y que se adapta a cualquier tipo de circunstancia. Sidi demostró que es mucho más mayor mentalmente, de lo que lo puede ser un niño de su edad aquí en España. ¡Una vez más, nos lo puso muy fácil!
Y finalmente el verano llegó a su fin. El niño quiso que estuviéramos los tres juntos el día en el que preparábamos su equipaje para la vuelta. Fue precisamente en ese momento, cuando nuestro pequeño nos regaló uno de esos momentos que no se me olvidarán en la vida.
No lo detallaré, porque permitidme que se quede como algo nuestro, pero gracias a sus palabras, los tres nos unimos en un abrazo, y mi ex y yo pudimos volver a mirarnos a los ojos. No hablamos pero sé que ambos pensamos: “Este niño es lo mejor que hemos hecho en la vida”. Una vez preparada la maleta, nos mentalizamos para la partida.
Las despedidas siempre son duras, pero en estos casos, se hacen doblemente difíciles. Sabes que no volverás a ver al niño en mucho tiempo, te preguntas si estará bien, si se acordará de ti y sobre todo si lo habrás hecho lo suficientemente bien durante los dos meses que ha pasado contigo.
Su abrazo final, sus lágrimas y su ánimo te dan, en ese instante, las respuestas que necesitas. Mirándonos los tres a los ojos, antes de que el pequeño subiera al autobús, experimentamos de nuevo, lo que es “simplemente amor”.