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Carta de un padre gay a la mujer que gestó a su hijo

La primavera de 2009 estaba recién estrenada. El cielo era plomizo, pero no llovía. Salimos a dar un paseo. Por la avenida de la Albufera los coches pasaban con prisas, levantando un viento frio. Arrebujados en las cazadoras caminábamos en silencio.

Quiero que tengamos un hijo dijo Javier.

                                                                                respondí yo — ¡Sí!

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Puedo contar muchas cosas de ella.

De cómo mira. De cómo nos tomó las manos, a los dos, la primera vez que cenamos los tres solos. (Cuando nos conocimos se hizo acompañar de una íntima amiga, que todos precisamos olores familiares en ciertos momentos de la vida).

En aquella vieja estación de tren, reconvertida en restaurante, se fue tejiendo una tela robusta, más con gestos que con palabras. Ella sabía que teníamos miedo, inquietud, ansiedad por todo.

Su miedo y ansiedad no debían ser menos

Se embarcaba en un proyecto de ayuda a dos personas a las que conocía de unas charlas por la red, una conversación telefónica, unos correos… y una cena, la primera, aquella en que nos aceptó. Cena de la que habían pasado apenas 48 horas.

Sus manos calmaron las nuestras, apaciguaron los pulsos, relajaron los huesos.

Siempre he tenido la sensación de que controlaba su entorno. La seguridad en sus maneras era casi contagiosa (sólo casi, que cuando volvíamos a nuestra habitación de hotel seguíamos mirando el horizonte con los ojos, pero con la cabeza en otros lugares).

Cuando recuerdo aquellos días vuelvo a preguntarme de dónde sacaba el tiempo. Tiempo para las consultas médicas. Mucho tiempo, mucho, para sus hijas… colegio, amigas, deportes (les encanta el futbol y lo juegan bien). Tiempo para su iglesia, que ella es muy religiosa. Y tiempo para nosotros. Incluso para llenarlo de detalles, como cuando (“I have a surprise for you”) decoró las paredes de su dormitorio con mariposas. El efecto mariposa nos había acompañado desde que comenzamos en la tarea de ser padres, pero esa es otra parte de la historia.

Tiempo para su sonrisa, constante, hermosa, no ya en su boca, sino en sus ojos claros y limpios.

Unos meses antes, cuando escuchamos su voz al teléfono en una conversación transoceánica (esto se decía mucho antes, que hacía que sonase más importante), ella nos preguntó por qué queríamos tener un hijo y cómo pensábamos educarlo. Inquirió sobre profesiones, edades, gustos… Creo que aquella noche de verano empezamos a pasar el examen, pero sólo cuando nos vio supo que sí, que todos habíamos acertado en la elección.

Nosotros en tener su ayuda para lograr nuestro hijo.

Ella porque se sentía cómoda, segura y, aunque no lo necesitaba, sabía que deseábamos protegerla.

Podría contar muchas cosas de ella. Lo iré haciendo con el tiempo pero, de momento, lo que quiero es hablar sobre nosotros y nuestro orgullo.

Del orgullo que sentimos. Del tremendo orgullo de vivir el que una mujer como ella nos aceptase, nos quisiese para dar algo tan hondo como la capacidad de gestar. No sé si somos buenos o malos, pero sé que ella nos engrandece, nos eleva por encima de nosotros mismos y nos hace mejores. El respeto y el amor que ella nos inspiró nos van a acompañar siempre y espero sepamos trasmitir a nuestro hijo ese orgullo y ese respeto.

Es nuestra historia. Uso palabras para contarla, pero hay cosas que no se pueden narrar, por muchos adjetivos, frases o colores que se quiera poner en ello, porque son historias que se desbordan por los cuatro costados.

No es una historia única. Nuestro entorno está lleno de historias similares. Mujeres enormes, con una capacidad que reconozco no sé si tendría yo, pero a las que agradezco, desde cada fibra de mi cuerpo, su generosidad.

No endulzo ni almibaro nada, las cosas son así.

Habrá lugares o situaciones o personas que no lo vivan como una donación, sino como otra cosa. Los habrá, no lo dudo. Mi realidad es otra, marcada por otras relaciones llenas de la dignidad de estas mujeres, de la humanidad de quien se compromete con otras personas para ayudarlas en su proyecto de familia.

Nuestra historia deseo que sea la historia de todos los que necesiten la subrogación (u otra técnica) para tener un hijo. Por la causa que sea.  Por factor uterino puro o por una orientación sexual. Lo que sea. Por eso la cuento. Para que se sepa y conozca. No como una posibilidad o un ejemplo (no creo que lo seamos), sino como una verdad.

Fue una época intensa, viva, de temores, ilusiones, sobresaltos, esperanzas…

Hoy nuestro hijo corre por la calle persiguiendo un balón.

Sé que está aquí porque nosotros, sus padres, decidimos que viniera. Es nuestro hijo en todo porque es hijo de nuestros actos, de nuestras decisiones y de nuestro amor.

Sé que para verlo aquí necesité el apoyo total de una mujer. Sé que podría haber sido otra, que cualquier circunstancia podría haber llevado a que otra mujer gestase a nuestro hijo. Él sería el mismo, los mismos ojos, la misma cara, las mismas palabras… pero su gestante sería otra.

Ella no lo define. Lo definimos nosotros, sus padres.

Pero Ella es única.

Es la mejor que podíamos tener. Y aún hoy, más de cinco años después de aquellas cenas, cuando al levantarnos encontramos sus mensajes, cuando vuelve a decir en sus correos “Gracias por dejarme ayudar a formar vuestra familia”, aún hoy, las lágrimas ruedan sin pudor por mi cara.

Si, estoy orgulloso. Muy orgulloso.

Una mujer extraordinaria nos aceptó y su nombre y su persona merecen el respeto de todos.

Jamás dejare que nadie la llame de otra forma o la insulte con epítetos burdos. Ella es la maravillosa, dulce, fuerte, la orgullosa gestante de nuestro hijo. Nuestro Orgullo.

Gracias, Kara.

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La primavera de 2015 estaba a punto de ser estrenada. Después del desayuno, Javier encendió el ordenador.

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Me llama. Lo leemos y releemos con la emoción que siempre despierta en nosotros su voz. Javier le responde.

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No endulzo ni almibaro nada, las cosas son así.

It is a wonderful story for all of us

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