«Les voy a decir cómo te llamabas antes y les voy a decir que eres un niño». Ser una adolescente trans en un instituto

¿Cuántas veces lo habremos escuchado?

«No te preocupes, son cosas de niños».

«No hay que hacer caso, son cosas de niños».

«No hagas nada y se solucionará solo, los niños ya se sabe…».

Pero en realidad, no es así. Son cosas de adultos. Que los pequeños vivencian en su mundo, porque ellos son, simplemente, nuestro reflejo.

Marina tiene 13 años, una melena castaña que se irisa en destellos dorados y unos ojos verdes que chispean al hablar. Marina es nerviosa, impulsiva, enérgica, reivindicativa, cariñosa y muy, muy adolescente.

Marina es hermosa.

Marina es una niña trans.

Una niña a la que, un día cualquiera, una compañera se acerca para hablar con ella. Pero no de cosas de niñas, sino de dolor.

–Voy a contarle a todos lo que eres. Les voy a decir cómo te llamabas antes y les voy a decir que eres un niño. ¡Transpito!

No fue un chantaje. Ni siquiera sonó a amenaza. Fue solo la declaración de intenciones de alguien que busca herir clavando el dedo de señalar hasta lo más hondo.

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Si alguna vez, de alguna forma, os han apuntado así, sabéis de lo que hablo y conocéis esa angustia que trepa por la garganta y parece que nos vayamos a asfixiar y como el estómago se encoge y queremos huir, escondernos, desvanecernos, desaparecer.

Yo aún lo recuerdo. Incluido mi silencio avergonzado. E imagino que esos sentimientos, y más, son los que acompañaron a Marina aquel día. En clase. En el camino de regreso a casa. En cada esquina, en cada escalera, en cada mirada.

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Pero Marina es mejor de lo que era yo e hizo dos cosas.

La primera, no callar. Ella habló con su familia. Que a su vez interpeló al centro y pidió que se activará el protocolo previsto para estas situaciones. Con poco éxito, la verdad. Que todavía les cuesta entender, a muchos docentes, que el odio hay que atajarlo desde el minuto cero y desde la raíz porque, si se espera a ver qué pasa, se puede acabar con un incendio entre las manos o, peor, con una vida colgando de ellas.

La segunda fue desactivar el acoso. Marina se levantó y ante todos habló de ella y de su historia. Porque salir del armario, por el propio pie y con la cabeza alta, es otra forma de vencer a las y los matones de clase.

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El instituto no suele ser fácil y menos para adolescentes LGTB. Hoy, con la perspectiva que dan los años, me sigo preguntando por qué ese lugar ha de ser tan complicado y complejo y por qué hay gente que disfruta viendo sangrar el alma. Como sea, la realidad es esa y, si queremos cambiar las cosas, o se empieza desde infantil a educar en el respeto a toda diversidad o nuestras niñas, niños y niñes seguirán llorando.

Sabido es que hay familias que rechazan que a sus hijos se les eduque en el respeto a las diferencias. Sabido es que hay docentes que optan por no complicarse la vida y dejar hacer. Pero nada justifica que la educación, como institución, no dé un paso al frente y actúe. Porque las heridas personales curan, pero las heridas del tejido educativo se perpetúan y crecen y se transmiten promoción tras promoción de adolescentes.

Sobre el lienzo que son nuestros pequeños dibujamos, queriendo o sin querer, lo bueno y lo malo que tenemos dentro y, cuando hablan, en su voz vive el eco de nuestros pensamientos.

No son cosas de niños. Son cosas aprendidas. Son cosas de adultos. Como llamar foca o vaca marina a la niña que pesa más; o hablar del gafotas cuatro ojos capitán de los piojos o del tonto, tartaja, a ver cuando acabas; o desfilar contoneando las caderas y soltando plumas para burlarse del marica de la clase; o exponer ante todo el mundo a una niña trans con la esperanza, fundada, de que la dañen.

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Entre las personas trans se habla de la transición que hacen jóvenes y no tan jóvenes. En realidad la transición quienes la debemos hacer somos las y los demás, porque elles lo tienen claro. Desde la más tierna infancia lo saben y nos toca a nosotros abrir los ojos y ver.

Ver de verdad y cuanto antes. Porque nada justifica ni una sola lágrima, ni una sola noche de insomnio, ni un solo nudo del corazón de estas niñas y niñes y niños. Nada. Y, si alguien lo justifica, es que no ha entendido qué significa ser humano.

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En algún lugar de Castilla.

Año escolar 20/21.

Está pasando.

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