Eli Fritchley tenía 12 años y se ha ido para siempre, dejando marcada la vida de su familia con una herida que seguramente nunca podrá sanar. Porque a Eli lo mató el odio y la intolerancia. Y eso es algo que jamás debería robarnos a nadie, menos a un niño.
Eli estudiaba séptimo grado en un colegio de Shelbyville, Tennessee y era parte de la banda de su escuela tocando el trombón. «Era un alma pacífica que no escondía su personalidad, no escondía quién era», dijeron sus padres a los medios de comunicación.
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A Eli le gustaba el color rosa, le gustaba pintarse las uñas y ponerse todos los días su sudadera preferida, una de bob esponja. “No le importaba, o al menos pensábamos que no le importaba, y eso es lo que es de verdad difícil para nosotros porque pensábamos que no le importaba”, dijo su madre, Debbey Fritchley, a la televisión local.
A Eli lo acosaban, y según cuentan los padres él nunca acusó a nadie. Más bien decía sentir compasión por los acosadores que se burlaban de cosas tan simples como que él no quisiera quitarse la sudadera que tanto le gustaba.
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La verdad es que Eli vivía un infierno. Eli se identificaba como gay y por eso sufría un acoso brutal, que según su madre nunca fue físico, pero sí verbal. «Y las palabras duelen», asegura la madre.
Una de las últimas cosas con las que machacaban a Eli era con que se iría al infierno por ser homosexual. Algo que seguramente no solo le parecía aterradora, sino que también le hacía sentir que todo en él estaba mal.
El 28 de noviembre Eli se suicidó. Sus padres afirman que jamás hubieran pensado que podía hacer algo así. Ahora esta atormentada familia vive con la culpa y la sensación de que quizás podrían haber actuado diferente, según sus declaraciones a la prensa.
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Descansa en paz, Eli. Sentimos profundamente tu pérdida y el dolor de tu familia.