Cuando te sales de la norma de la heterosexualidad el paisaje aledaño es más difuso. Primero en el caso de las lesbianas las capacidades reproductivas se ponen en tela de juicio. ‘No me importa que mi hija sea lesbiana, pero es que yo quería ser abuela’ es algo que he oído tantas veces. ‘Tu hija es lesbiana, no estéril’. Y en el caso de los hombres, peor, como si no existieran otras formas de acceder a la paternidad si no es a través de una relación con una mujer, como si no existiera por ejemplo la adopción.
Siempre pené que lo difícil de ser lesbiana y querer ser madre iba a ser conseguir ser madre. Pero a medida que fui acumulando años en el cuerpo, el BOE fue acumulando leyes que abrieron el camino a los deseos de maternidad y paternidad de muchas familias. Matrimonio igualitario, derechos de filiación, adopción, acceso a la reproducción asistida de la Seguridad Social a lesbianas y solteras, etcétera.
La obtención de todos estos derechos ha costado décadas de lucha. Pero desde que los tenemos he visto convertirse en madres y padres a varias amigas y amigos. Formar familias en pareja o en solitario.
Y salvo las a veces muy largas esperas para adoptar niños, salvo los frustrantes intentos fallidos de una inseminación o fecundación in vitro, me he dado cuenta que lo difícil no ha sido conseguir tener hijos, yo misma soy madre de un niño nacido gracias a una inseminación artificial. Lo realmente difícil está siendo y será defender a nuestras familias.
Este año la situación política ha dado un vuelco que muchos no nos esperábamos. El ascenso de la extrema derecha a puestos de poder ha empezado a acumular titulares en la prensa sobre temas que parecían superados hace años.
Políticos de VOX expresando que las lesbianas no lo somos porque nos gusten las mujeres, lo somos porque odiamos a los hombres, refiriéndose a nuestro colectivo como un lobby gay o chiringuito ideológico, defendiendo las “terapias de conversión”, asegurando que los padres tienen que ser libres de luchar contra la orientación sexual de sus hijos, aún sabiendo el coste emocional y físico que tiene para los jóvenes que son sometidos a ellas.
Un partido político que desde su puesto de poder se pasea por platós de televisión y llena titulares en la prensa con dardos como “una pareja homosexual con un hijo no es una familia. Necesita terapia”.
El daño que hace a nuestros hijos, a su entorno, escuchar frases como esta, es devastador. Ignorancia que creíamos superada, o al menos disimulada, ya que habíamos alcanzado un punto donde la homofobia tenía cierta penalización social.
Ya no. Es homofobia a cara descubierta y sin complejos. Amenazas abiertas a subvenciones a organizaciones LGTB o incluso la celebración del Orgullo de Madrid, uno de los más famosos y concurridos del mundo.
Si pensábamos que lo difícil iba a ser poder acceder a la maternidad o a la paternidad, no. Estamos luchando contra un retroceso importante donde los discursos cargados de odio generan violencia e intentan deslegitimar el amor hacia nuestras parejas y hacia nuestros hijos.
El desafío real para las familias lesbomarentales y homoparentales es, a través de la visibilidad y la implicación en los movimientos sociales a favor de la diversidad, crear un muro irrompible que nos proteja de sus dardos. Su odio no puede ser nunca más poderoso que nuestro amor.