Jovenes LGTB encerrados confinamiento
Jovenes LGTB encerrados confinamiento

Duros testimonios de jóvenes LGTB en confinamiento con sus familias homófobas

En gran parte del planeta estamos encerrados en nuestras casas a causa del pandemia del coronaviris. En algunos países la población tiene ciertas libertades, como salir a hacer deporte o dar un pequeño paseo. En España la situación es crítica y por ende nuestro confinamiento es más duro. Solo podemos salir para hacer la compra.

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Es verdad que hay días difíciles, días de angustia, de hastío, de ganas de salir. Pero en general lo llevo bien y estoy pasando unos días agradables con mi hijo de dos años. Vemos películas, jugamos, trabajo, leemos cuento y también hacemos cosas el uno sin la otra. Pero estamos cómodos, tenemos comida y entretenimiento.

Pero es una realidad poco común. Desde que estamos encerrados han aumentado las denuncias por malos tratos, las denuncias de violencia machista y de violencia hacia la infancia. Eso ha salido en todos los medios. Lo que no se ha visibilizado mediáticamente es el mal trato a un colectivo muy vulnerable, el de los niños y jóvenes lesbianas, gays, bisexuales y transexuales encerrados en hogares donde reina la LGTBfobia.

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La FELGTB ha difundido testimonios de jóvenes que lamentablemente sufren la pandemia y el odio y rechazo de quienes más deberían quererles, sus propias familias.

La situación actual hace mella en mí psicológicamente, aunque menos que cuando era menor porque ya tengo más que formada mi identidad”, explica Kai, de 25 años. Kai comparte piso en la ciudad y asegura que cada vez que vuelve de visitar a su madre en el pueblo “siento que he perdido un trocito de mí, por aguantar días y días la negación de mi persona”.

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Se encontraba en una de estas visitas cuando comenzó la cuarentena y está pasando el confinamiento con su madre, quién no respeta su identidad como persona no binaria. “Suelo sobrellevar la situación porque no convivimos, pero, ahora, se me hace duro porque no puedo defenderme explícitamente. Entrar en una nueva discusión cada vez que se me niega es agotador, no da frutos y ella no entiende por qué me hace daño por más que se lo explico”.

No puedo ser visible

Raquel también ve negada su identidad constantemente. Tiene 22 años y vive con sus padres y su hermano. Se visibilizó como mujer pero su familia no lo acepta. “No puedo ser visible en casa si no quiero tener problemas. Es una situación muy complicada porque mi madre, en especial, tiene una opinión radicalmente en contra al respecto”, explica. En su casa, se refieren constantemente a ella como si fuera un hombre y la llaman por el nombre de chico que sus padres le asignaron al nacer. “Me agobio y me siento mal. Tengo que seguir fingiendo ser alguien que no soy y es horrible”, asegura.

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Andie también tiene 22 años y está pasando el confinamiento en casa de su padre donde éste vive con su novia y su suegra. Antes del estado de alarma, le contó a su padre que era bisexual y él “se lo tomó bien” pero no ha hablado con nadie más de la casa al respecto. Sin embargo, le preocupa más la situación de otra persona de su entorno cercano que convive con una familia manifiestamente LGTBIfóbicas y no se ha visibilizado. “Entiendo el nerviosismo que puede sentir al estar encerrada con personas a las que quiere, pero que no la quieren tal cual es y con el riesgo de acabar en la calle en pleno estado de alarma si se enteran de su realidad”, explica Andie.

Jorge tiene 20 años y aunque habitualmente reside en una ciudad universitaria, está pasando el confinamiento en casa de sus padres, en el pueblo. Tener diversidad funcional no le ha impedido ser activista por los derechos de las personas LGTBI, pero se ha visto obligado a llevar una doble vida, “como si hubiera cometido un crimen” porque tiene que ocultar su orientación sexual a su familia.

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“He intentado en varias ocasiones decirles que soy gay pero siempre me dicen que soy una persona confusa e indecisa que no sabe lo que quiere”, asegura. “Ahora sufro un desgaste continuo por la falta de confianza, empatía y entendimiento con mis padres. Diariamente me pasa factura ya que me reprimo, me encierro y me siento mal conmigo mismo porque mi familia vive en la constante negación de la realidad. Mi salud mental está castigada debido a las múltiples discriminaciones que sufro como persona LGBTI con diversidad funcional y muchas veces he llegado hasta a cuestionarme a mí mismo”, explica.

Ser lesbiana con una familia musulmana

Tampoco se ha visibilizado en casa Sukaina, de 24 años, que forma parte de una familia musulmana y es lesbiana. “Creo que soy otra persona delante de mí familia. Nunca saco el tema así que no suelo tener situaciones complicadas pero sí hay momentos incómodos en los que tengo que fingir claramente que soy lo que no soy. Cuando era muy reciente, me provocaba muchísima ansiedad pensar que no podía contarle a mi familia cómo soy realmente por miedo a represalias pero ahora que me he aceptado totalmente, lo llevo mejor”, afirma.

Sukaina explica que el tema le sigue afectando a veces pero que suele controlar la situación con la ayuda de sus amistades, algo en lo que coinciden también el resto de personas entrevistadas y lo que recomienda el psicólogo Alejandro Alder.

“Se aconseja buscar una persona de confianza con la que se puedan expresar las emociones. No hay que quedarse con nada dentro porque hablar ayuda a sentirse mejor”, asegura el experto. Además, incide en que es fundamental validar las emociones que se van sintiendo. “Se tiene todo el derecho a sentir lo que se siente ya sea tristeza, ansiedad, etc.”, afirma.

Alejandro Alder explica que, aunque la realidad de cada persona es única y no existen soluciones generales para solventar las distintas situaciones que se puedan estar planteando en cada caso en particular, sí se pueden dar unas pautas globales que contribuyan a sobrellevar mejor determinadas adversidades. Así, también recomienda expresar en el núcleo familiar, si el ambiente lo permite, que esta situación se puede llevar de la mejor manera posible si todas las personas que conviven juntas se respetasen entre sí, aunque existan diferencias. “Si esto no funciona, es importante poner límites en la mediad de lo posible, según la realidad que se esté atravesando”, añade.

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