Esta semana han estado en mi casa mi hija Alicia, su esposo Alonso y mi nieto Enric. Viven en la otra punta de España y, a pesar de eso, intentamos vernos lo más que podemos.
Enric tiene cuatro años y nos trajo un dibujo. En el dibujo aparecemos su amachi (abuela en euskera) y yo, su abu, con un corazón en medio. Para nuestro nieto es absolutamente normal tener dos abuelas, dos abuelas que se quieren, que comparten la cama y la vida. Él habla de sus abuelas lesbianas. Y eso llena mi corazón, porque llegar hasta aquí no ha sido fácil.
Tengo 68 años, nací en los años 50, en plena dictadura Franco, así que os podéis imaginar que de lesbianas no se hablaba, no las dejaban existir, existía una ley que perseguía la homosexualidad, y eso sucedió durante muchos años. Sufrí durante toda mi juventud enamorándome de imposibles, no os podéis imaginar lo que es pensar que esta vida no está hecha para ti y que no serás feliz.
Pero la vida me empezó a cambiar a los 80, cuando tenía 30 años. Conocí a Rebeca y supe lo que era el amor, el sexo, la felicidad. No nos separamos más. Cinco años después conseguimos ser mamás gracias a una inseminación casera, donde un amigo extranjero hizo de donante.
Solo yo figuraba como madre. Rebeca cuidó y crió a Alicia tanto como yo, pero legalmente no era su mamá. Nuestra hija era una adolescente, casi mayor de edad, cuando Rebeca y yo nos casamos y ella pudo gritar al mundo que tenía dos mamás legales.
Ahora somos abuelas. Visibles. Sin miedo.
Cuando me preguntaron en Oveja Rosa que le diría a las lesbianas a los gays más jóvenes lo tengo claro:
- No pierdas tu tiempo con gente que te rechaza por tu orientación sexual, te roban la energía y no merece la pena.
- Estás viviendo un momento único e inimaginable para personas LGTB de mi generación. Aprovecha que puedes ser libre y feliz sin esconderte, de los armarios ni hablar, asfixian.
- No te confíes, hay partidos políticos que quieren quitarte tu derecho a existir. A defender los derechos conseguidos y no consentir ni un paso atrás. A las urnas, así se habla, que las cosas no llegan solas.
- Amar, amar mucho, y mostrar el amor, que nunca se sabe quién necesita verlo.
Muchas gracias, Almudena.