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La mujer que gestó el hijo de su hijo

La noticia se ha conocido en diferentes medios, todos con titulares semejantes:

  • “Esta mujer británica se convierte en la gestante, por subrogación, de su propio nieto.”
  • “Un padre gay se convierte en hermano de su propio hijo.”
  • “¿Madre o abuela? Gesta a un niño concebido con semen de su hijo gay.”

La  realidad es que Kyle Casson, hombre, gay y soltero de 27 años, deseaba ser padre.

Al igual que otros hombres y mujeres en tantos lugares del planeta. Pero los gays no lo tenemos fácil, es más, casi todo son trabas, palos metidos en la rueda, filosofías de negación o de “porquenoadoptas” (como todo el mundo sabe los gais tenemos obligación de adoptar, no intentar, ¡que barbaridad!, tener hijos).

Lo rechazaron por no ser el prototipo de familia. Él es hombre y es gay. Necesita que una mujer colabore (no que sea madre) en el proceso, pero esa colaboración se considera, por según qué sectores, un acto malo en sí mismo.

El doble rasero con el que se miden los derechos reproductivos de los hombres homosexuales, frente a otros colectivos, es preocupante. Un doble rasero que empiezan a sufrir también las personas transexuales que, al reclamar estos derechos, descubren cómo se les ofrece un socorrido “vuelva usted mañana”.

El caso de este joven británico ejemplariza la discriminación en derechos reproductivos, generalizada en casi todos los países europeos y coloca sobre la mesa dos temas clave más.

El primero lo expresa muy bien uno de los subtítulos leídos en prensa:

“Kyle Casson es un joven británico de 27 años que deseaba ser padre por encima de todo.”

En esa realidad, en ese deseo de la propia familia, las personas se mueven y no escatiman esfuerzos para lograrlo. La oposición que encuentran, las puertas cerradas que los reciben no menguan sus ganas de maternidad/paternidad.

Muchos y muchas tratan de poner puertas al campo, como si impedir que mujeres y hombres desarrollen un proyecto familiar propio constituyese un objetivo de los Derechos Humanos. Los escollos sólo generarán pena y, eso sí, abrirán las puertas a los que ven, en la negativa a regular, una ocasión para medrar mediante prácticas más o menos irregulares que se ofrecerán, hermosamente maquilladas, a las familias, agotadas tras chocar continuadamente con la piedra del NO.

Parece ser de fácil olvido que “Los seres humanos de todas las orientaciones sexuales e identidades de género tienen derecho al pleno disfrute de todos los derechos humanos” incluido “El derecho a formar una familia: con independencia de su orientación sexual o identidad de género, incluso a través del acceso a adopción o a reproducción asistida” (Principios de Yokarta).

El segundo punto es la filiación del niño.

Ni madre,  ni hermano, ni nada de eso. Hijo y sólo hijo. De su padre.

La gestación subrogada intrafamiliar no es recomendada por los comités de ética, pues se considera una condición donde el chantaje, emocional y sentimental, es más factible, incluso de forma desapercibida, lo que invalidaría el consentimiento informado de la gestante.

No parece ser este el caso, pese a no ser la primera opción que se barajó. Pero esa mujer británica se ofreció a ser gestante, no a ser madre. Esa mujer ha gestado para que su hijo sea padre, no para ser ella madre.

Olvidar la intención en los actos de las personas es negarles su capacidad de decidir.

 “Ahora, ocho meses después de que naciera el pequeño Miles, un juez de familia de la corte suprema ha dictaminado que la situación es completamente legal, y que Kyle puede adoptar al bebé, su hijo pero legalmente también su hermano”.

¡¡Ocho meses esperando!! Para iniciar ahora el camino de la adopción. ¿Por qué?

Las autoridades, la sociedad y sus colectivos siguen confundiendo Filiación con Procreación. Se sigue pensado que sólo existen la filiación biológica y la adoptiva, olvidándose de la fundamental: la filiación intencional.

El futuro pasa por la familia construida, pero ¡cuánto cuesta que los sectores más tradicionales vean lo obvio!

Se apela a lazos biológicos y a un juicio cuyo logro único, a fin de cuentas, es demorar el reconocimiento de la identidad y poner en riesgo al menor, situándolo en un limbo incierto del que acabará saliendo, sí, pero sin saber, a priori, en qué condiciones.

La mala legislación en materia de reproducción asistida da lugar a estas paradojas legales, cuyo trasfondo, si algo saliese mal, es que el niño pague los platos que puedan romperse mientras se gestiona el contrasentido.

Por el interés del menor, la filiación debería quedar establecida desde antes del nacimiento, de modo que en el primer segundo de su vida extrauterina ya fuese clara, única, definida y no sujeta a circunstancias legales, apreciaciones del juez de turno o cambios de postura de los responsables de su existencia, que todo podría ser.

Se alegará que el resultado es el mismo, que el menor acabará siendo hijo de su padre. Sí, acabará así, pero con una demora en su situación legal que es inasumible. Un niño no debería dejarse al albur de juicios, deseos o intenciones como si fuera mercaduría. Cuando hablamos de niños no es aceptable, ni ética ni moralmente, jugar con los riesgos. Mejor dicho, no debería serlo.

Hacer malabarismos legales para acicalar realidades antes de reconocerlas es hipócrita y lesivo.

La gestación por sustitución implica unos compromisos en todos los participantes, incluidos legisladores, que hay que admitir aun antes de la concepción.

Lo contrario es jugar con el futuro y los derechos de un niño.

Juego no justificable ni por vacío legal ni por desconocimiento. El imperativo legal es nítido: Todo niño tiene derecho a un nombre desde su nacimiento y a una nacionalidad (Art. 7 de la Convención sobre los derechos del Niño).

Por supuesto, es conocido que las Convenciones están para ignorarlas.

Nosotros, todas y todos, estamos aquí  para recordarlas.

Para defender los derechos de las familias, incluido el derecho a ser tratadas con respeto.

Ha llegado el tiempo de la familia construida. Del orgullo familiar.

De abrir los ojos de lxs que no han aprendido a mirar y ver.

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