El emotivo testimonio de la madre de un niño transexual

“Mamá, a ver si este año los Reyes Magos me traen lo que yo pido, porque yo creo que se confunden de niño”

Pablo nunca fue un niño al uso, cualquiera que lo cuidó en aquella etapa, lo comentaba… No se comportaba como un niño habitual, no cogía una pelota jamás, no se entretenía con nada, no estaba más de 1 minuto concentrado en un juego… era inquieto, era divertido, era payasete,  cariñoso, provocador… ¡aún recuerdo cómo saludaba a todas las chicas jóvenes y guapas que veía pasar!,  les decía: “hola guapa” con una sonrisa que no le cabía en la cara… y ellas sorprendidas  se reían y le regalaban una preciosa sonrisa de vuelta…   Si alguna vez tenía una chica con melena larga cerca, siempre se la acariciaba, tenía gran afición por peinarles, por hacerles moños o coletas… si se dejaban.

A su tía, muy especialmente, le regalaba los oídos cada vez que la veía: “qué guapa estás, qué pelo tan bonito”.  Se la comía a besos, le parecía preciosa, con sus collares, sus pulseras, sus abalorios varios, y siempre bien conjuntada y con una melena lacia y larga que le caía por sus hombros, le tenía obnubilado.  Ella siempre le decía: “eres mejor que un novio”.

Desde muy pequeñito (las primeras fotos o videos que he encontrado, me remontan al verano en el que tenía dos años y medio), empezó a mostrar gran interés por todo tipo de ropas femeninas, en especial los fulares, pero también los tacones, faldas, medias, pañuelos… se hacía con el fular más largo que encontraba y se lo colocaba en la cabeza a modo de peluca, sujetándolo con una diadema de su hermana, o bien con otro fular colocado a modo de cinta, o bien se lo recogía a modo de moño y trataba de enganchárselo con una goma.  Rodeaba su cuerpo de ropajes varios que simulaban vestidos largos, cuantos más largos mejor, y brillantes, a poder ser la tela más llamativa, estrambótica y glamurosa posible.

La casa de su abuela materna era el lugar de más posibilidades, tanto por la libertad de juego de la que disfrutaba, como por la cantidad de abalorios que se podían encontrar.  Sus pendientes grandes, sus pulseras ruidosas, sus collares de bolas o cristales de colores brillantes… le fascinaban.  No había día en que llegaras de trabajar a recogerlo y lo encontraras vestido tal y como lo habías dejado.  “Mamá, ¿qué has hecho con Pablo?”,  “yo no, ha sido él”  El caso es que, por aquel entonces, nos resultaba cómico, curioso y poco más.

La abuela paterna también mencionaba estos detalles sobre juego y comportamiento o comentarios del niño, pero el orden, la disciplina y las normas reinaban en aquella casa, y por tanto, las posibilidades de desarrollar esa creatividad de vestimentas y juegos era algo más limitado, sin estar prohibido, pero tenía sus tiempos y sus momentos puntuales, tras los cuales, había que volver a la “cordura y sensatez”.

Cuando pasábamos los domingos en la finca familiar, donde los niños tenían  espacio y libertad para campar a sus anchas, su verdadera personalidad asomaba fuerte.  Recoger flores, bailar, preparar coreografías, jugar a cocinitas, hacer casas… eran sus entretenimientos habituales.  Su primo, de la misma edad, robaba herramientas de su abuelo sin permiso, cogía la azada del suelo y cavaba un surco imitando a su padre, cortaba las ramas de los arboles, escalaba, martilleaba, construía casas bajo un árbol… mientras Pablo le miraba, le ayudaba, le pasaba los materiales y revoloteaba a su alrededor.  En innumerables ocasiones, diría que cada domingo que allí pasábamos, Pablo conseguía hacerse con algún fular, camiseta o falda de alguien y se lo ponía sorprendiéndonos a todos y provocando risas y comentarios jocosos sin mayor importancia.

No recuerdo exactamente cuándo empecé a “mosquearme” con estas actitudes reiterativas y tan llamativas.  Pero lo que sí tengo claro es que fue un continuo a lo largo de su infancia.  También que si le decías o exigías que se lo quitara, era prácticamente imposible conseguirlo sin provocar una fuerte discusión.  Cuando alguien ajeno a la familia cercana venía de visita… yo intentaba por todos los medios que “vistiera normal”… y entonces conseguía que su enfado fuera tan fuerte que era capaz de boicotearte cualquier velada de amigos.

Recuerdo como si fuera ahora la rutina de la vuelta del cole: entrar por la puerta y desnudarse era todo una.  Buscar en mi armario o en el baúl de disfraces o ropa de su hermana, ropas con las que sentirse bien, en sintonía, en paz.  Recuerdo camiseta de rayas, casi roída por el uso, colocada cuidadosamente en la cabeza a modo de melena, un fular rodeando su cuerpecito y atado con un nudo bajo los brazos, collares varios, pendientes de pinza y delante del espejo. Mirándose. Observando por fin, la niña que había ahí dentro…

Hubo un tiempo en el que sin duda, me agotaba tu insistencia con la vestimenta, me pedías que te atara el fular así, luego asá, luego dejabas éste y cogías otro, o pedías que buscara uno que recordabas haberme visto unos días atrás, y con la camiseta a modo de melena lo mismo, “hazme un moño”, “ahora una coleta”, “ponme la diadema así”, “se me cae”, “átala mejor”, “engánchala con horquilla”, “ahora quítamelas”, “qué mal me lo dejas”, “pónmelo otra vez”.  Recuerdo que este proceso lo realizabas además muy enfadada.  Me gritabas si no te veías bien, me insultabas… no le encontraba el sentido, era fuente de discusión, riñas y enfados.   Llegué, con el tiempo, incluso a esconder ciertos modelos o disfraces del hastío que me producía verte tan azacanada vistiéndote y desvistiéndote y volviéndote a vestir.

Nunca jugabas a nada, nunca conseguía distraer tu atención hacia otra cosa, nunca,  y con el tiempo, esto, ahora sí, me empezaba a preocupar.

Siento enormemente no haberte visto antes, Lucía, siento enormemente haberte hecho vivir una identidad que no era la tuya, y tratar de “encauzarte” inconscientemente hacia el rol que todos esperábamos de ti, como el niño que creíamos que eras. 

A la edad de los 6 años Pablo dejó de ser tan obsesivo con los abalorios, ropajes y disfraces, si bien es cierto que yo personalmente le había escondido parte de estos disfraces que se le habían quedado pequeños y que insistía en arrebutirse, también es cierto que disponía de muchos otros y parecía que ya no tenía esa necesidad imperiosa de ponérselos continuamente.

Pero la “tranquilidad” duró poco… a la semana de empezar el curso, nos convocaron a la reunión de padres con la tutora.  Los niños nos habían dejado un dibujo encima del pupitre, debíamos encontrarlo y sentarnos allí. Un enorme arcoíris me esperaba encima de la mesa, debajo del cual, había una niña de melenas largas y onduladas vestida con una falda larga hasta los pies y de la que emanaban corazones de colores por alrededor… el corazón me dio un vuelco, me entraron ganas de llorar.  De manera inconsciente posiblemente empezaba a entenderte, pero no conseguía traducir todavía tus mensajes.  Habías dejado de gritarme “soy una niña” con tus disfraces y pelucas, pero seguías dejando señales… no pasarían muchos meses más hasta encontrarte.

REYES MAGOS

Ya estaba acercándose la Navidad, y con ella todas mis preguntas al aire.  Este año me dijo un día Pablo: “mama, a ver si este año los Reyes Magos me traen lo que yo pido, porque yo creo que se confunden de niño”.  Esta frase me llegó al corazón e inundó de pena toda mi alma.

Estaba muy sensible a todo lo que ocurría a mi alrededor, recuerdo nervios por parte de todos,  griterío, jaleo… luchaba por encontrar la armonía y la tranquilidad, pero las discusiones era continuas, la guerra con los deberes tremenda y mis nervios a flor de piel.  Se mascaba incomodidad en el ambiente y no sabía por donde tirar.

Un día mi padre, lector voraz de periódicos y libros donde los haya, me recortó y me dio para leer, un artículo del periódico local, en el que entrevistaban a una madre cuya hija transgénero había empezado ese año el colegio como niña, Paula, a pesar de haber nacido con cuerpo de niño y haberse llamado hasta entonces Javier. Tenía 9 años y parecía que todo había ido muy bien.  Hablaba de cómo de pequeñita siempre se había vestido de niña en casa, y de cómo sus amistades e intereses eran siempre femeninos.  Al final del artículo nombraban a Chrysallis (Asociación de familias con menores transexuales).

La palabra me asustó.  Transexual. Y vino a mi cabeza la imagen de un señor entrado en años, vestido de mujer, que había visto alguna vez bailar amenizando un garito de tapas por un barrio no muy elegante, feo, provocador y desagradable… esa era la imagen de transexual que vino a mi mente.  “No, Pablo no puede ser un transexual. Si acaso será un niño gay. Tengo que hablar con algún gay”.  Tras varias conversaciones con un amigo gay descarté esa opción, lo que me contó como su experiencia vital no cuadraba con la de mi hijo, él nunca se sintió con la necesidad de verse como niña, jugar con el rol de niña, sus disfraces eran un juego, podía ser un día mujer pero otro arlequín o presentador de tele… el mundo de las niñas no le atraía como le atraía a mi hijo.

Pasaron algunas semanas más y las señales se sucedían.

Empecé a bucear en los archivos de Chrysallis, empecé a hablar con madres y padres de la asociación, a conocer a estos niñ@s, a empaparme de sus experiencias… y empecé a intuir inmediatamente que había dado en el clavo.

Pero en mi consciente todavía no podía digerir lo que estaba descubriendo… la sensación de estar saliendo de mi zona de confort y asomarme a un abismo donde no se divisaba siquiera la luz, era tremenda.

Niños con comportamientos similares… o diría, idénticos, a los de mi niño; imágenes de niños disfrazados o con fulares en la cabeza a modo de melena similares… o diría, idénticos a los de mi niño;  anécdotas de comportamientos no normativos de niños similares…  o diría, idénticos a los de mi niño…. mi niño… mi niño… que en realidad… NO ES MI NIÑO, ES MI NIÑA…Y SIEMPRE LO HABIA SIDO.

Pablo es ELLA, Pablo es LUCIA, y así me lo gritaste cuando ése día te volví a ofrecer los ropajes escondidos…y te vestiste como tú querías, mirándote al espejo dijiste:

“Pero, ¿no me ves, mamá, que estoy mucho mejor así?”

6 meses después LUCIA vive como la niña que es, va al colegio con sus amigas de siempre, es aceptada y querida por todos, practica ballet y aprende piano con su amiga Clara.  Ahora sí que me cuadra todo, es espontánea, natural, contundente y muy, muy femenina.  El camino no ha sido fácil, pero sin duda, merece la pena.  Lucia es más feliz ahora, y su sonrisa  y su bienestar me lo recuerdan cada día.

Mi más sincero agradecimiento a Chrysallis, y a las familias que la componen, y especialmente a Majo y Natalia, por haber estado ahí.  Ojala muchas familias puedan abrir los ojos a vuestro lado (que también es el mío ahora).

A los papás que se sientan de algún modo identificados con esta historia… por favor, no tengáis miedo a ESCUCHAR DE VERDAD a vuestros hijos, y a ayudarles a vivir una INFANCIA FELIZ, como se merecen.

Ana.-

Artículo de Chrysallis (Asociación de familias con menores transexuales)

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