El individuo que no encuentra sus ilusiones y que no permite sublimar sus pasiones acaba somatizando física y emocionalmente las represiones sociales propias de nuestro sistema. Desde Freud a la actualidad es difícil encontrar posturas en Psicología que rechacen la represión como uno de los principales factores originales de los rasgos de personalidad poco sanos e incluso patológicos. Cada vez son mayores las opiniones dentro del ámbito científico que hablan de la psicosomatización. Factores como el estrés, el sentimiento de impotencia, los traumas emocionales, frustraciones y otros, juegan un importante papel junto a los factores ambientales, los educacionales, los condicionantes genéticos y los hábitos conductuales en el desarrollo de algunas de las enfermedades más peligrosas de nuestro tiempo: adicción, depresión, alzheimer, cánceres y otras tantas. Basta con echarle un vistazo a las tasas de suicidio, especialmente entre nuestros jóvenes, para darse cuenta de que algo no funciona como debería. Mención aparte merece el conjunto de desigualdades energéticas, económicas, educacionales, sociales y etcétera que nos han llevado a un mundo en el que sólo un cuarto de la población disfruta de las comodidades, oportunidades y ventajas que atribuimos al primer mundo. Los hechos son rotundos y los datos comprobables. No quiero profundizar en esta cuestión pero encontrarás indicadores, enlaces y artículos de interés al final del artículo.
A menudo nos preguntamos si sería posible vivir en la anarquía como alternativa a este sistema, en una sociedad sin normas. Sería posible pero nos veríamos prácticamente obligados a llevarlo a cabo retirándonos a algún lugar recóndito de la geografía en el que no tuviéramos que responder ante la norma social, política, jurídica y económica regente. Pretender vivir anárquicamente dentro de un sistema normativizado comportaría constantes encrucijadas en las que tendríamos que decidir si ceder ante el poder de la regla pactada o bien transgredirlo asumiendo las probables consecuencias represivas. Para estas consecuencias sería necesario salir del sistema o tener el suficiente poder como para dominarlo. Y conseguir llevar a cabo una transición global que derivase en sociedades ajenas a los pactos sociales resulta difícil de imaginar, actualmente, fuera de la teoría.
Desde los orígenes de la humanidad, los seres humanos hemos basado nuestro movimiento y actividad vital en el premio y la represión. Lograr refuerzos o estímulos positivos y evitar los negativos. Nuestro sistema educativo, político, económico y social se basa en este funcionamiento que, por otra parte, ha sido el artífice de numerosos avances y comodidades de las que ahora gozamos —unos pocos. Freud trató de explicar en sus numerosos estudios y ensayos que cuando las pasiones inconscientes del neurótico —es decir, de la mayoría de nosotros— son reprimidas, el individuo busca una vía de escapatoria para sus pulsiones. En este proceso, conocido en psicología como sublimación, la expresión artística constituye uno de los principales refugios del alma.
Pero cualquier actividad es susceptible de ser hecha con pasión. No porque no nos salga como nos gustaría tenemos que darnos por vencidos. «El genio es el infinito arte de trabajar con paciencia» (Thomas Carlyle), de perseverar e intentar algo aunque no salga, hasta que salga. La autodisciplina y el esfuerzo son sin duda la clave del éxito. Trabajo, trabajo, trabajo e ilusión. Con el resultado a favor o en contra. No importa, la victoria está en el camino, no en la meta. Un esfuerzo total, dijo Gandhi, es una victoria completa. Deja de medirte por lo que consigues. Pasa a mirar cómo haces lo que haces.
Sublimar consiste en mudar el fin pulsional —que en las tesis freudianas es la consecución del acto sexual— hacia una actividad aparentemente desexualizada. Pueden ser tareas creativas, científicas, sociales, técnicas, funcionales, humanísticas… no resulta tan determinante el qué sino el cómo. Lo que importa, recalcan los estudiosos, es hacerlo con pasión. Un artista que no trabaja con pasión no transmite pasión. El artista o individuo que consigue vivir con pasión consciente e inconsciente se libera —no completamente pero sí— en gran medida del sistema de premio-castigo, del sistema represivo en el que y a través del cual la humanidad ha basado su funcionamiento. El artista, el que vive su actividad con pasión, es el ser más libre. Es el único que consigue vencer al sistema. Es el que encuentra en su pasión una forma de vivir que va más allá de las normas, del reconocimiento de los demás o de las comodidades materiales. Halla en su expresión un recurso que le permite equilibrar sus necesidades pasionales instintivas con las exigencias normativizadoras superyoicas.
La pasión, como la música, nos iguala a todos los seres humanos. No distingue de clases, razas, sexos, edades ni posiciones sociales. Gandhi dijo: “si quieres cambiar el mundo, empieza por cambiarte a ti mismo”. Empieza por aprender a ser libre. Empieza a vivir apasionándote con lo que haces. Sólo hay una razón para hacerlo. Una razón que se justifica por sí misma. Vivir amando, sin condiciones, sin dependencias.
César Cidraque Llovet
Proyecto Acope https://proyectoacope.wordpress.com/
Te propongo:
– Una frase: El secreto de mi felicidad está en no esforzarme por el placer, sino en encontrar el placer en el esfuerzo. André Gide
– Un enlace: http://www.worldometers.info/es/
– Una escena: