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Historias de hijos de lesbianas: Yo tengo dos mamás… y soy feliz

¿Y si tu madre se divorcia de tu padre, te dice que es lesbiana y se casa con otra mujer?, ¿Y si el hogar en el que te adoptan está compuesto por dos mamás? ¿Y si tus dos mamás se divorcian y se vuelven a casar? ¿Significa que tienes cuatro madres? ¿Y si tienes padre y madre y tus hermanos dos madres? Aquí, ellos y ellas te lo cuentan.

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Felicidad. Cuando Angélica (21) piensa en esa palabra aparece en su cabeza una imagen muy concreta: su madre, Ana, bailando en el salón de la casa, con una sonrisa que le cubría toda la cara, tomada de la mano de su mejor amiga, Gabriela y celebrando con una botella de vino rosado su divorcio. Angélica tenía diez años, y miraba embobada desde el sofá cómo esa mujer que hasta entonces había sido una madre callada y triste parecía otra muy diferente.

“Esa transformación fue maravillosa, como si mi madre se hubiese hecho más joven, más guapa. A mí, por ese lado, el cambio me hizo muy bien. Mis padres se pasaban la vida discutiendo pero cuando mi padre se fue de casa hubo paz. Y también empezó una etapa mala, una etapa de secretos y de recriminaciones que nos hizo mal a todos”, relata Angélica.

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En la nueva etapa había cosas extrañas. Gabriela, la mejor amiga de su madre, se quedaba a dormir muy seguido, hasta que después de un año se mudó con ellas. Y aunque tenía todas sus cosas en el cuarto de invitados, siempre amanecía en la cama de su madre. Además, cada vez que visitaba a sus abuelos paternos, Angélica escuchaba cosas como: Tu madre se va a ir al infierno”, “Pobre niña obligada a convivir con las inmundicias de tu madre”. “Era muy duro, yo intuía que algo sucedía con mi madre y Gabriela, pero nunca me decían nada. Se miraban de una manera muy cariñosa, pero no se trataban con amor si yo estaba cerca. Si las sorprendía cogidas de la mano, la soltaban muy bruscamente cuando me veían, lo vivían todo en secreto, por eso me daba la impresión de que algo malo estaba sucediendo, lo que se reforzaba con lo que decían mis abuelos. Recuerdo haber llorado muchas noches, rezando para que mi madre se fuera al cielo conmigo”.

Tenía catorce años cuando su madre y Gabriela se tomaron las manos frente a ella, le dijeron que eran lesbianas y que querían tener un hijo, por inseminación artificial. “Fue un golpe terrible, de no saber nada pasé a saberlo todo. Me pareció brutal, loco, sucio, no sé. Tomé distancia de mi madre y pasé a tener fobia a Gabriela, y eso que siempre la adoré y me llevé muy bien con ella. Me sentía muy sola, le conté a mi mejor amiga que mi madre era lesbiana y mi mejor amiga le contó a su madre. Su madre le dijo que se alejara de mí, que seguro que eso se heredaba. Los chicos del colegio siempre hacían chistes horribles de los maricones, si querían insultar a alguien le llamaban ‘maricón’, sólo pensaba en cómo se burlarían de mí si descubrían lo de mi madre, creí que me estaba volviendo loca. Las amenacé con irme a vivir con mi padre si insistían en su lesbianismo”, cuenta Angélica.

Entre la espada y la pared. Así se sentía Ana, con su única hija y su novia enfrentadas. Las peleas fueron tan constantes que culminaron dos meses después, cuando Gabriela se fue de casa. “En un principio, como cualquier adolescente malcriada me sentía victoriosa, había conseguido alejar lo que me atormentaba. Creía que juntando a mi madre con un hombre todo sería normal, mis abuelos se tranquilizarían, no me dolería la tripa cuando la gente hiciera bromas de los homosexuales y yo sería una chica como todas. Pero esa sensación no duró mucho tiempo, mi madre volvió a estar más callada, más triste, a veces la sorprendía llorando encerrada en el baño, cuando me acercaba a abrazarla y consolarla me pedía perdón por haberme expuesto a esa situación, a su lesbianismo”.

Angustia. Cuando Angélica piensa en esta palabra, su cabeza recrea a su madre, durante todo el año que pasó tras su ruptura con Gabriela. La recuerda sonriendo con los ojos apagados, más negros que de costumbre. La recuerda sin apetito, con ojeras, cefaleas y picor en los brazos y las piernas. La recuerda con tos, llorando porque se olvidó la mantequilla en el supermercado o porque se ensuciaba una camiseta limpia.

“Llega un momento en que piensas que algo que te hace tan feliz no puede ser tan malo. Mi madre estaba haciendo un sacrificio por mí y yo no lo merecía porque yo no la quería como ella era, yo la estaba queriendo como los demás decían que ella debía ser. Ya que lo había jodido todo, pensé que debía arreglarlo todo. Llamé a Gabriela por teléfono, quedamos a tomar un café, le pedí disculpas por cómo me había portado y le pedí que se emparejara con mi madre otra vez, pero claro, ni se me había ocurrido que ya había pasado un año y que Gabriela estaba con otra mujer. Qué decepción la mía, recuerdo que me puse a llorar ahí mismo, frente a ella, pensaba que esa era la única forma de ayudar a mi madre. Gabriela fue muy maja, me tranquilizó y me dijo que la apoyara, que mi madre debía aceptarlo y yo estar ahí junto a ella.”

Por carta. Ese fue la forma que Angélica, a quien le da corte expresar sentimientos en público, eligió para decirle a su madre que estaba orgullosa de ella, que siempre la querría, que no le importaba su lesbianismo, que sólo quería que fuera feliz.

Angélica tiene actualmente un hermano de 3 años, fruto del matrimonio de su madre con Rosa, la novia que prosiguió a Gabriela.

Mi problema fue que mi madre me ocultara desde el principio su lesbianismo y que ella tampoco lo asumiera del todo, pues así me transmitía que era algo prohibido, malo. Sé que si desde pequeña me hubiese dicho la verdad, no me habría costado nada porque lo habría visto como lo que es, algo natural. Hay mucha gente que dice que las personas homosexuales enseñan eso a sus hijos, y es mentira. Yo soy heterosexual, soy defensora de los derechos de los homosexuales, y estoy muy orgullosa de mi madre, de cómo ha sido conmigo, de que haya superado sus miedos y haya formado una familia increíble. Rosa es una gran mujer, somos muy amigas y ambas me han dado un gran regalo: mi hermano, que con lo loca que estoy por él, parece que tiene tres mamás en vez de dos”, concluye Angélica, con una ancha sonrisa.

Una familia. Una como cualquiera

A David (14), el primo de un amigo trató de darle un beso el verano pasado. David se enojó, no por el atrevimiento del chico, sino porque sólo el hecho de que tenga dos madres hace pensar a los demás que él también puede ser algo homosexual. No del todo, pero algo seguro. “Prejuicios y más prejuicios. Tener padres homosexuales puede hacer la vida más complicada, es cierto. La gente te mira con curiosidad, como si tuviera tres ojos, a veces, me cuido de no hacer nada que parezca femenino, como escribir o pintar, porque para mucha gente eso no es sensibilidad si eres hijo de homosexuales, piensan que es porque tienes pluma. Agobia vivir entre tantos prejuicios”. David sabe que el donante de semen de su madre biológica es un amigo gay de ella que vive en Dinamarca. Tienen una relación amistosa pero no paternal. Sus madres llevan 18 años juntas y tienen otro hijo de 11 años, adoptado en Latinoamérica.

“Una familia de madres lesbianas no se diferencia en nada de otra. A veces nos peleamos por la tele, vamos al cine, vamos a comer al Vips, nos vamos de vacaciones a la playa o al campo, vamos al supermercado, tenemos una casa llena de fotos, hacemos deporte, y si nos portamos mal, mentimos, nos peleamos o suspendemos, nos castigan, como pasa en cualquier familia más. La única diferencia es que tienes dos mamás, y no es que una haga de papá y otra de mamá, sino que es una mamá multiplicada por dos. La única diferencia es que para el Día de la Madre haces dos regalos. Y para el Día del Padre, te ahorras la paga”.

Con 12 años, David se lió a golpes con un chico que se reía de sus madres lesbianas. “Mis madres siempre me dicen que tengo que aprender a controlarme, a no dejarme vencer por la rabia, pero es que me cabreo muy fácil, hay cosas que me ponen malísimo. La gente que critica, que tiene prejuicios. Me cabreo cuando escucho a políticos diciendo que los homosexuales no pueden adoptar niños. ¿Quién se cree él que es para criticar a mi familia? Mi hermano es adoptado y él está feliz. Antes de ser parte de mi familia estaba solo, sin nadie que lo cuidara, lo pasaba fatal; ahora es un chico alegre al que mis madres miman y dan amor. ¿Por qué tienen que existir los políticos o los curas diciendo tantas gilipolleces? Te lo digo porque después la gente les cree y por eso critican y por eso hacen daño. Es muy injusto, no hay derecho, yo digo ‘¿qué harían ellos si por todos lados, hasta en la televisión, criticaran lo que hacen o la familia que tienen?’ Seguro que no estarían muy contentos”.

La adopción es una opción recurrente en muchas parejas homosexuales. Gauri (17), tal como el hermano de David, también es adoptada. Su familia está compuesta por 5 mujeres. Su madre y Eva –las llama así sólo para diferenciarlas–, su hermana de 32 años, hija biológica de Eva, y su hermana de 20, también adoptada. “Lo que me ha tocado vivir me gusta. Una pareja homosexual es igual que una pareja heterosexual. Podría haberme tocado un hogar con padres divorciados, o un lugar donde no me trataran bien, o peor, no haber sido adoptada. Y me ha tocado un hogar con dos madres, me ha tocado algo donde me tratan bien y estoy muy bien”. Todos los amigos de Gauri saben que tiene madres lesbianas. Y los que no lo saben, se dan cuenta cuando van a su casa y ven la cama de matrimonio, y la cocina, llena de fotos de esta tan femenina familia.

“Es absurdo pensar que los padres gays tienen hijos gays ya que la mayoría de los gays nacen de heterosexuales”, cuenta Gauri, “Yo no me siento ni lesbiana ni heterosexual, estoy abierta a lo que venga porque me parecen normales las dos cosas. Mi hermana mayor ha probado con hombres y mujeres, mi otra hermana no, es muy hetero, y yo, bueno, ya veremos”, concluye.

Cuatro mamás, un perro y un gato

A Sofía (12) siempre le han enseñado que lo valioso no son las cosas materiales que tienes en la vida, sino que las personas que te quieren que tienes en ella. Por eso Sofía dice que es millonaria. En el cole tiene seis mejores amigas; también tiene dos novios, uno en su clase, otro en su barrio; tiene dos casas, en una vive un perro que se llama Frodo y en la otra un gato que se llama Silver. Y en cada una de sus casas tiene dos mamás: Andrea y María, Carmen y Eloísa.

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“Cuando yo tenía 3 años, mis primeras mamis, Andrea y Carmen, ya no se querían como esposas, se querían como amigas, así que dejaron la casa en la que vivíamos y buscaron dos pisos que quedaran muy cerca, para que así yo pudiera estar muy cerca de las dos”, explica Sofía. “Después mi mami Carmen conoció a mi madre Eloísa y se fueron a vivir juntas, y después de eso mi mami Andrea se enamoró de mi madre María y también se fueron a vivir juntas. Ay, a ver, yo sé que por eso de la ley de la vida tengo a mis dos mamás, que son las que me tuvieron, pero las otras que son sus novias me gustan tanto que yo quiero tener dos mamás más. Si dos mamás es mucho mejor que una, imagínate tú, con cuatro es la bomba”, cuenta Sofía.

En principio el acuerdo es 10 días en una casa, 10 días en otra. Pero Sofía y sus cuatro madres son flexibles. Si quiere pasar un fin de semana con una, o irse más tiempo con otra, no hay problemas. En casa de Andrea y María le gusta mucho estar porque tiene hermanos y juega con ellos. María tiene un niño de 9 años, de su matrimonio anterior, y entre ambas tienen una niña de 18 meses. Y también le encanta estar en casa de Carmen y Eloísa, porque es la única hija, y la tratan como una reina.

“Todos mis amigos saben que mis madres son lesbianas y a todos les gustan mucho, por ejemplo, mi mamá María siempre hace galletas que manda a mis amigos, mi mamá Andrea deja que mis amigas y yo nos maquillemos con sus pinturas, mi mamá Eloísa es buena para jugar a la pelota, a las cartas, a la Play… y mi mamá Carmen es muy buena para conversar y dar consejos, porque es psicóloga y ayuda a mucha gente, y hasta mis amigas le cuentan sus problemas más importantes porque ella te escucha y no te hace sentir como que eres una niña pequeña y tienes problemas de niña pequeña, ella hace ver que todo es importante y que todo se puede solucionar, que no hay que llorar por las cosas porque se va a arreglar todo y que si no se va a arreglar, ¿para qué llorar?”.

A veces la gente le pregunta a Sofía si le gustaría tener un padre. Ella contesta que no lo necesita.“Conozco a los padres de mis amigos y nunca he visto uno que me haga pensar: Ay, qué ganas de tener un papá. Los que conozco siempre están viendo el fútbol o trabajando hasta tarde o no hablan mucho con sus hijos, como que no les dan mucha atención. Una vez conocí a un padre que le daba bofetadas a su hijo cuando lloraba. Mis madres nunca me han pegado, son muy cariñosas y me dan mucha atención. Y yo me pregunto que ya que hay tantos tipos de familia, hijos con dos padres, con dos madres o con una madre y un padre, o niños que sólo tienen abuelos, ¿por qué me preguntan siempre a mí si me gustaría tener un padre? ¿Por qué no le preguntan a otros niños si les gustaría tener dos madres o dos padres? Yo estoy feliz así y no cambiaría nada de lo que tengo. No tengo un padre pero, por ejemplo, tengo dos abuelos y uno de ellos siempre me dice que yo soy su bombón, su bombón de chocolate blanco, que es el que más le gusta en el mundo. Yo le digo que él es mi regaliz. Se parte mi abuelo”.

Yo: uno y uno, ellos: dos del mismo

Alejandro (7) tiene un papá y una mamá. Pasa quince días en una casa y quince días en otra. Su papá tiene una novia y su mamá, Marta, se casó en 2010 con Loly, su novia de hacía cinco años. En enero comenzaron los procesos de inseminación. Marta y Loly quiere tener más hijos. Ojalá gemelas.

¿Por qué os besáis en la boca? ¡Si sois dos mujeres!”, les preguntaba Alejandro, al principio, extrañado. “Porque nos queremos, tú besas y abrazas a la gente que quieres, ¿cierto?”, le contestó Marta. Alejandro asintió, aprendiendo así que no importa si eres hombre o mujer: si quieres, lo demuestras.

Alejandro sabe que su madre es lesbiana, que no tiene dos mamás, pero que cuando su hermano nazca, sí las tendrá. A él le parece bien, está feliz de tener a Loly en casa, ya que es la que le baja al parque a jugar al fútbol y es su compañera en la Play.

Marta cuenta que lo más complejo de la adaptación ha sido mantener los equilibrios. Por ejemplo, que si bien Loly es una figura de autoridad, no es la madre de Alejandro, y aunque a veces puede opinar, las decisiones de crianza pasan por ella y su ex marido. Ya con los hijos que vengan, las decisiones serán de las dos.

Tal como sucede con Antonio (6), sus padres están divorciados, vive con su madre, Vanesa, la esposa de su madre, Rosario, y Daniel (4), hijo de ambas mujeres. “Mi papá no me deja ver pelis que asustan y no le gusta que coma en McDonald’s. Y mi hermano sí puede hacerlo porque mi papá no es su papá y no le da órdenes. A veces me gustaría que Rosario también fuera mi mamá porque es la que más juega con nosotros. Y ella me dice que aunque no es mi mamá me quiere como a un hijo mayor”.

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