El reloj biológico de los padres gais

Si algo tenemos en común la mayoría de los padres (y digo mayoría porque todos sabemos que, además de ovejas rosas, existen ovejas negras), es el deseo de proteger a la hija o al hijo, de darle amor, de cuidarlo y tratar de asegurar que su futuro sea un futuro con los menos grises posibles. Es un instinto natural e incontenible. Un impulso que se hace parte de nuestra substancia desde el primer momento en que se huele la piel, la mirada, la voz de esa personita que ha venido para quedársenos dentro. Un hijo, una hija, es mucho más grande de lo que se pueda contar. Es algo que llena y rebosa la vida, que la magnifica.

El deseo de paternidad es una cuestión íntima y particular. No todos hemos nacido con la misma vocación de ser padre, pero sí es un ingrediente que discurre dentro muchos de nosotros. Pese a las dificultades. Porque, lo que para una gran parte de hombres hétero es una consecuencia de la actividad sexual más elemental, algo que viene dado sin especial esfuerzo, para los hombres gais tener hijos forma parte de un proyecto vital que conlleva años de elaboración, de reflexión, de interiorización. Nuestros hijos nunca vendrán de una manera fluida y simple. Siempre habrá que recurrir a alguna vía especial, sea coparentalidad, adopción, gestación subrogada, etc.

El hombre homosexual tiene una serie de hándicaps que superar en cuanto abandona la paz de la infancia. El primero, y duro, la salida del armario. El poder vivir en libertad la propia orientación sexual, sin tapujos, sin inventos raros, sin ficciones que tanto complican el día a día. Y salir del armario es esencial para los siguientes pasos, incluido decidir tener o no hijos.

Muchos tenemos claro, desde siempre, nuestro deseo de ser padres. Otros pensamos en eso de repente, un día cualquiera, al ver a un amigo, a una amiga, con su pequeño y descubrir que, en nuestros adentros, existe ese anhelo de paternidad. El reloj biológico que dice quiero ser padre, no es exclusivo de las mujeres. Aunque los hombres homosexuales lo vivamos diferente. Porque, si ya es complicado lo cotidiano en una sociedad con tantos tintes homófobos, ir más allá y pensar en hijos, en familia, siendo gay, puede ser especialmente difícil.

Dificultades que se volvieron salvables cuando se produjo la reforma legal que propició el matrimonio igualitario.

En junio se cumplen 12 años de la aprobación, por el Congreso de los Diputados, de la modificación del Código Civil que, en palabras de la prensa de la época, “permitirá contraer matrimonio a parejas del mismo sexo y que les otorga todos los derechos de las uniones heterosexuales”.

Con esta enmienda toma carta de naturaleza la posibilidad, cierta, de fundar una familia tal y como uno desee y las nuevas -y no tan nuevas- generaciones empiezan a diseñar un futuro -su futuro- diferente del proyectado.

Y es que, cuando una puerta se abre, se descubren nuevos mundos. Los cambios legales han hecho que crezca el número de hombres gais, solos o en pareja, que deciden ser padres. El deseo de igualdad ha evolucionado y ha puesto sus ojos en la consecuencia más directa de la reforma: la facultad de desarrollar un proyecto familiar esencialmente personal, la facultad de fundar la propia familia.

Lo que no es fácil para nuestro colectivo -y otros, como las personas trans-. La adopción en España es residual y, con el tiempo, lo lógico es que tienda casi a desaparecer. Por su parte, la acogida requiere, sí o sí, una enorme reflexión vital, dado que poner el corazón en un menor que, con grandes posibilidades, desaparecerá cualquier día de nuestra existencia, no es algo que esté al alcance de todo el mundo.

En cuanto a la gestación subrogada, el acoso al que se somete a familias y niños, junto con la necesidad de emigrar a otros países, la convierten en una autentica carrera de obstáculos. Que en nada ha menguado el deseo de paternidad, por cierto. Nada va a frenar los nuevos modelos familiares que, ya, inundan nuestro país.

Asumidos los problemas, muchos hemos visto en otras familias que tener hijos es real y posible. Muchos ven, en los que hoy somos padres, que no es preciso renunciar a las aspiraciones ni a los sueños. Que sí, que se puede.

La enmienda del código civil de 2005 nos otorgó el derecho a fundar una familia como cada uno de nosotros desee, no como deseen los muñidores de vidas ajenas.

Sospecho -y deben considerar que somos unos desagradecidos- que muchas y muchos nunca pensaron que el derecho al matrimonio igualitario llevaría a reivindicar la igualdad en todos los aspectos, incluido el acceso a medicina reproductiva para fundar una familia. Pero es así. La evolución natural del matrimonio igualitario es la familia igualitaria. El derecho a casarse con quien uno quiera va seguido del derecho a construir una familia como uno quiera. Sin excluir eso que vemos todos los días, en otras y otros, del recurso a la ciencia para ser padres.

La igualdad es así de igualitaria. No discrimina en razón de sexo ni de características anatómicas.

Mi hijo, Alonso, pronto cumplirá 7 años. Durante este tiempo lo he visto crecer, descubrir el mundo, beber de la vida. Lo he visto llorar y lo he visto reír. Lo he visto vivir. Eso, ese afán de vida que hay tras el deseo de ser padre, es irrefrenable. Ser padre es algo que está en el alma de muchos más hombres gais de lo que se presentía. Porque son muchos los que sueñan, noche tras noche, con escuchar “te quiero, papá”. Porque ser padre, de modo consciente y decidido, es algo que forma parte de la esencia de muchos hombres homosexuales.

 

–Acabamos de volver de vacaciones de Semana Santa. Con su espíritu noctámbulo, ni un solo día ha habido modo de acostarlo antes de las 12 de la noche. Hoy, ya en casa y sin cole, son más de las 10 de la mañana cuando oigo su voz llamándonos. Entro en su cuarto y se revuelve en la cama, haciendo sitio para que pueda tumbarme a su lado. Es su pequeño ritual matutino. Está perezoso, laxo. Respira como si fuese a dormir de nuevo. Y casi me he adormecido yo cuando, de pronto, siento que me agarra y besa la frente con todas sus ganas.

Murmuro a su oído: “no sé qué sería de nuestra vida sin ti, hijo”.

Mientras, mi corazón redobla fuerte, orgulloso, henchido de felicidad por MI FAMILIA.

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