Rastreando la evolución de la especie humana, allá cuando éramos primates que recién bajaban de los árboles, nos encontramos un animal que no cuida al hijo en pareja sino de modo individual. Es cuando nos asentamos en tierra cuando la etapa infantil de la especie —los años en que se es dependiente— se vuelve inmensamente más larga y a la par la pareja del primate venido a cazador se vuelve monógama y duradera. Muchos investigadores señalan este periodo como el momento en que nace el amor romántico y la pareja, hermosas herramientas de la evolución. Como vemos, la pareja en sí surgió para ayudarse mutuamente en la cría de los hijos, y que uno de los componentes pudiera ausentarse del hogar, por aquel entonces para cazar, con la seguridad de que el otro cuidaría de los bebés. Aun así, nunca se perfeccionó el arte de la pareja monógama y eterna para hacerlo infalible en nuestra especie y, en numerosos casos, se rompe.
Volviendo al presente, ya no somos monos, somos seres sumamente inteligentes y podemos volcar esta virtud en seguir cooperando en el cuidado de nuestros hijos, aunque la pareja se haya disuelto. Como psicóloga puedo afirmar que una separación en sí no es más iatrogénica que una relación que se mantiene sin un trasfondo real donde sustentarse. Pero sí puede ser dañina para los hijos una pareja que ya no se quiere y mantiene constantes disputas, acusaciones y rencores en el hogar.
Una ruptura es un hecho a veces impredecible e inevitable que no esta tanto en la mano de los componentes de la pareja como en la sinergia de la pareja en sí. En ocasiones, por mas que “tiremos para alante” en nuestro fuero interno sabemos que aquello, hace tiempo, se paró. Sea como sea la separación es muy posible, sobre todo si son pequeñitos, que sufran durante el periodo de separación. No tienen claro aún el concepto de pareja pero sí el de “vivimos todos juntos en casa y hacemos la vida juntos”. Y cuando ven que eso desaparece, les duele.
No podéis evitar el dolor a vuestros hijos, les quedan muchos duelos por hacer en la vida, pero sí podéis hacer que sea temporal y que le sea lo más fácil posible adaptarse a la nueva situación.
¿Qué nos puede ayudar a hacer pacíficamente este proceso de cambio?
Tu pareja no sólo era tu pareja. Era también la madre o el padre de tus hijos. Por lo tanto, disocia las rencillas de la pareja de las personales. Es muy importante que no os perdáis el respeto, tenéis una empresa en común: la enseñanza y cuidado de otro ser humano. Tenéis un lazo irrompible y sutil que tenéis que anteponer. Los niños son todo inteligencia no verbal, perciben con mucha mas precisión que vosotros/-as vuestros pequeños ataques, rencillas y vuestras emociones.
Mostrarle vuestro cariño incondicional a los peques. Los niños tendrán que hacer un duelo. Un duelo de la expectativa de estar todos juntos siempre. Para que hagan un duelo sano y no quede rastro de este pasados los meses necesitan cariño, respeto, escucha y coherencia.
Además, necesitan que les contéis. La incertidumbre les hace daño. Podéis explicarles que una cosa es una pareja, —que en ocasiones tiene una duración y acaba, otras veces dura para siempre—, y otra cosa son sus papás-mamás, que siempre estarán ahí. La familia sigue siendo la misma. Con los mismos componentes y el mismo amor. Si algo cambia, es la ubicación espacial. Ahora tendrán dos casas en lugar de una.
Si la relación ha acabado muy mal por la razón que sea, es respetable que desees borrar a esa persona de tu vida emocional, pero no puedes hacerlo como padre-madre de vuestros hijos. Era algo con lo que habías de contar cuando iniciaste una familia. Elabora el duelo en tu cabeza del dolor sentido, de la traición sufrida en tal caso y de la persona que has sacado de tu vida emocional y disponte a relacionarte con ella como el otro padre-madre de tus hijos, respetando y facilitando que se quieran, que se vean, que incluso en momentos del desarrollo del niño se prefieran. Es difícil, pero importante, disociar completamente en tu cabeza a la persona que te hizo daño de la persona que es madre-padre de tus hijos.
Sí, sorprendentemente se puede ser una pareja nefasta y un buen padre.
Este proceso no es fácil y en ocasiones se precisa ayuda psicológica. Si es el caso, no lo dudes, vayan los niños, vayáis en familia, en pareja o individualmente, visitar a un buen psicólogo será una inversión.
Rocío Carballo. Psicoterapeuta.