
No existe ninguna prueba que nos permita determinar con una precisión del 100% la capacidad de una mujer sana para lograr un embarazo. Sabemos que la edad es el factor que más influye en la fertilidad de la mujer ya que, a diferencia de los hombres, que producen espermatozoides de manera continuada desde la pubertad, nosotras nacemos con el número de ovocitos que vamos a poder utilizar a lo largo de nuestra vida para quedarnos embarazadas, y nunca más volvemos a producirlos. Además desde que nacemos todos los meses vamos perdiendo ovocitos y eso sucede con independencia de que tengamos o no menstruación, tomemos anticonceptivos, nos quedemos embarazadas o demos el pecho, con lo que a medida que pasan los años vamos a ir quedándonos con menos ovocitos “de reserva”.
Con qué cantidad de ovocitos nacemos y cuántos perdemos cada mes está determinado genéticamente, si bien hay algunos factores externos que sabemos que pueden acelerar o precipitar su pérdida como el tabaco, el alcohol, el estrés, las inflamaciones e infecciones en la pelvis, algunos tratamientos de quimioterapia y radioterapia, algunas enfermedades relacionadas con el sistema inmunitario, la endometriosis y las cirugías del aparato genital interno (útero, trompa y ovarios).
Es fácil entender que a medida que vamos quedándonos con menos ovocitos vamos teniendo menos posibilidades para lograr un embarazo. Sucede además que a medida que pasan los años los ovocitos que nos quedan, y que llevan con nosotras toda la vida, van a ir perdiendo calidad como consecuencia de su envejecimiento, que es más rápido que el de otras células del cuerpo. Como consecuencia de el envejecimiento, el ovocito puede experimentar daños en su material genético que se transmitirán al embrión resultante de su fecundación. Pero además, a medida que envejece el ovocito se va debilitando y pierde capacidad o fuerza para sobrevivir durante las primeras fases del desarrollo embrionario. Todo ello condiciona una menor probabilidad de lograr un embarazo y también un mayor riesgo de padecer un aborto.
La fertilidad de la mujer es máxima en la década de los 20 y empieza a disminuir a partir de los 35 años. Esta disminución se hace más acusada a partir de los 37 años y se acelera notablemente a partir de los 40 años. A medida que disminuye la capacidad para lograr un embarazo aumenta el riesgo de aborto. A partir de los 45 años las probabilidades de lograr un embarazo, tanto de manera espontánea como mediante tratamientos de reproducción asistida es prácticamente nula.
En medicina de la reproducción hablamos de reserva ovárica para referirnos a la cantidad y calidad de los ovocitos que le quedan a una mujer en un momento determinado y que determinan su capacidad para lograr un embarazo. Se han estudiado diferentes marcadores de reserva ovárica que nos ayuden a determinar la fertilidad de la mujer. Los que tienen más capacidad predictiva son la determinación en sangre de la hormona folículoestimulante (FSH), de la hormona antimulleriana (AMH) y el recuento ecográfico de folículos antrales. Todos ellos reflejan directa o indirectamente el número de ovocitos que quedan en los ovarios pero ninguno es buen predictor de la calidad de los mismos, que depende como hemos visto de la edad.
La hormona folículoestimulante (FSH) se segrega por la hipófisis, que es un glándula que está en la cabeza, y se encarga de regular el crecimiento de los folículos, que son las estructuras que contienen los ovocitos. Cuando el número de folículos está disminuido la hipófisis tiene que mandar más cantidad de hormona de lo normal para asegurar el funcionamiento del ovario y los niveles en sangre de la FSH aumentan.
La hormona antimulleriana la producen los propios folículos y por lo tanto su nivel en sangre es un reflejo directo de la cantidad de ovocitos: a más cantidad de ovocitos más nivel de hormona y a la inversa.
Además podemos identificar y contar los folículos que crecen cada mes en los ovarios mediante ecografía.
El estudio de estos marcadores junto con la edad de la mujer y su situación basal (enfermedades y tratamientos, hábitos tóxicos) nos pueden ayudar a predecir la capacidad fértil de cada una.
Por Dra. Laura Marqueta
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