Luca Guadagnino ha dirigido la película Call me by your name, (2017), basada en la novela homónima de André Aciman, publicada hace una decada. Una de las películas que a día de hoy están triunfando en las salas de cine de medio mundo, cuenta la relación entre Elio, un adolescente de 17 años que veranea con su familia en un pueblo italiano, y Oliver, un joven que ha venido a la región para terminar su doctorado sobre cultura grecorromana.
Ya está nominada a los Oscar por mejor actor, mejor guión y mejor canción, pero lo mejor que tiene esta película es que no deja indiferente. Un usuario de Twitter lo explicaba muy claro: «Ayer pude ver por fin Call me by your name y puede que jamás me recupere. No sé si me ha dejado esperanzadoramente devastado y devastadamente esperanzado, pero fue precioso». No tiene el carácter absolutamente devastador de Satyavati, más bien tiene un punto a La vida de Adele, donde el amor se describe con la perfección y la profundidad que solo habita en la adolescencia pero con todo el dolor y desesperación que también lo acompaña. Call me by your name es una película en la que no puedes dejar de pensar, incluso semanas después de verla. Y en mi opinión, eso es lo que define a una buena película.
Y no. No es que la película sea dura. Sino que toca al espectador. Le devuelve a la adolescencia, esa que solo resuena a veces como un eco lejano, cuando uno podía escuchar y amar una canción durante horas sin mirar mientras el móvil o pensar en otra cosa. Cuando uno empieza a vivir. Cuando cada beso es una vida entera. Seas quien seas, te va a despertar a tu adolescente interior, y puede que te duela irreversiblemente recordar lo que has perdido o lo que nunca viviste.
Magnífica película.