Tengo la suerte de vivir en España, y digo suerte porque no solo es uno de los países más avanzados en reproducción asistida, sino que sobre todo porque las lesbianas tenemos los mismos derechos que las mujeres heterosexuales para buscar embarazos en la pública y en la privada, algo que en un gran número de países no es posible.
Desde hace siete meses mi chica y yo somos mamás del niño con los mofletes más preciosos de esta ciudad. Nos tiene enamoradas.
Lo tuvimos gracias al método ROPA que realizamos en la clínica IVI. Al ser el tratamiento preferido por las mujeres lesbianas para gestar, se ha escrito mucho sobre él, en qué consiste, cómo se realiza, etcétera. Pero poco se ha hablado de las implicaciones emocionales que tiene.
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Antes me gustaría dejar claro que todos los tipos de tratamientos, tanto si nos hacen o no nos hacen tener lazos genéticos con nuestros hijos, son igualmente válidos, ni más ni menos importante que otro. La decisión pertenece a cada familia.
En nuestro caso lo tuvimos claro desde el principio. Queríamos ser mamás por el método ROPA. Nuestro hijo tiene mi material genético, porque el óvulo a partir del cual se formó el embrión salió de mis ovarios.
Mi chica recibió el embrión en su útero. Se quedó embarazada en el primer intento. Durante el embarazo, y después del parto, hablamos mucho sobre cómo nos sentíamos con el papel que desempeñaba cada una.
Mi chica sentía una mezcla de emociones. Por un lado, al comienzo, tuvo su propio duelo genético. Sabía que gestaba un bebé que no tenía nada de su ADN y decía sentir cierta envidia de las parejas heterosexuales, que pueden tener hijos que tengan la genética de los dos.
Por otro lado estaba radiante de felicidad. Emocionada con el embarazo, con ver su tripa crecer, con sentir los movimientos de nuestro hijo y con la idea de que una parte de mi estaba dentro de ella.
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Yo, por mi parte, también tuve emociones contradictoras. La felicidad de conseguir el embarazo, ver a los hijos de mi hermana y pensar que seguramente mi hijo se parecería a sus guapísimos primos, sentir una conexión especial con ese embrioncito que salía de mi, pero un duelo por no vivir el embarazo, por no sentir todo eso que sentía mi mujer, por no parir ni amamantar, no formar parte de ese tándem tan único que es un bebé y su madre gestante.
Ahora que ya han pasado siete meses desde que nació, nuestras emociones están todas enfocadas en el cuidado y el amor. A pesar de nuestras renuncias en el proceso, de lo que nos “perdimos”, sentimos que, sobre todo, hemos ganado y que lo hicimos de la mejor manera posible. Si volviéramos atrás cada una tomaría el mismo rol.
Nuestro hijo podrá decir que ha salido de los cuerpos de sus dos mamás, tiene mi genética pero ha influido la epigenética de su otra mamá, que ha sido quien lo ha gestado y amamantado.
El que las dos podamos haber formado parte de la creación de su vida nos parece un regalo maravilloso, de la ciencia, de IVI, de la vida.
El método ROPA es el único tratamiento que permite a las dos mamás involucrarse físicamente. No se puede hacer por la Seguridad Social, solo por lo privado. Y si quieres más información, no te pierdas el vídeo del doctor Antonio Requena, de IVI.