«Por adopción o acogida, curamos a nuestros hijos con amor»

Juan Antonio y yo nos conocimos hace casi 20 años. Supongo que cuando te enamoras, siempre piensas que es para toda la vida, pero a nosotros en ese momento algo nos decía que sería eterno, que habíamos encontrado el compañero perfecto para caminar de la mano, en paralelo, y montar un proyecto de vida en común.

Desde entonces tuvimos mil proyectos, muchas ilusiones y sueños, pero si había algo que teníamos claro, era nuestro enorme deseo de ser padres. Es más, Paula tiene el nombre decidido desde entonces.

Superamos trabas familiares que se oponían a nuestra relación, y en muy poquitos meses, ya estábamos viviendo juntos.
En el año 2006 comenzamos los trámites de adopción, nos casamos, ya que era requisito indispensable, y comenzamos con muchísima ilusión una aventura maravillosa: la aventura de nuestra vida.

Decidimos solicitar niños con características especiales, alguna minusvalía… Cualquier niño tiene derecho a una familia, y teníamos demasiado amor para dar. A los casi cuatro años llegó esa maravillosa llamada de menores en la que te dicen: «Reunión mañana a las doce para algo importante.» Ahí empezaron los nervios. El destino nos tenía preparado el sueño de nuestra vida. Paula llegó a casa a los dos días, un bebé precioso de grandes ojos negros y que hablaba con la mirada. Dos meses y medio de vida. ¡75 días! Había nacido con anticuerpos de «un virus» pero nos daba igual, eso era lo que menos nos importaba. Nada más verla sólo teníamos ganas de amarla para toda la vida, de darle lo mejor de nosotros mismos y de dedicarle nuestra vida.

Ya en casa le dimos la mejor y más universal medicina para todos los males: amos, MUUUUCHO AMOR. Y a los quince días de llegar a casa, en un análisis rutinario, descubrimos que el virus había desaparecido. Paula era una niña completamente sana. Uffff, tantas buenas noticias juntas. ¡Qué alegría!

Desde entonces nuestra vida ha girado en torno a ella, ha crecido feliz, y muy sana. Su sonrisa nos llena el alma de alegría.
Hace un año, decidimos meternos en el programa de acogimiento familiar del gobierno de Canarias, tenemos mucho amor dentro para repartir, y aparte, de alguna forma, devolveríamos tantos favores que nos daba la vida, ofreciendo el calor de una familia a algún «enanillo» desamparado.

En breve llegó Javier a casa: un precioso y frágil querubín de pocos días, todo un primor de niño. Estábamos locos de contentos…. y lo de menos era que no era «hijo nuestro». Era pasión por darle todo lo que pudiéramos y Paula estaba loca con el bebé.

Al final, los hijos no son una propiedad, son todos seres individuales que simplemente dependen para salir adelante. Para nosotros, aunque se vaya mañana, siempre será hijo de nuestros corazones, y su felicidad será para nosotros lo primordial aunque no sea a nuestro lado.

Desde ese primer día, le explicamos que los papis de Javier estaban malitos, y que pasaría una temporada en casa con nosotros. Lo cuidaríamos y lo querríamos mucho, hasta que sus padres se recuperaran. Lo asumió con la maravillosa naturalidad que sólo los niños poseen. De vez en cuando le preguntamos, y nos dice que sus papis están malitos, pero no para de darle besos y achuchones.

Al mes de llegar Javier, y por caprichos del destino, llegó Raúl: ¡quince días más pequeño, mulato, un muñeco! ¡Éramos familia numerosa!

Nuestro día a día se resumía en pañales, biberones, etcétera, etcétera… Sueño a ratos, pero si de eso dependía que un enano tan pequeñín no entrara en un centro de menores, valía la pena. Raúl estuvo con nosotros tres meses y medio, hasta que partió. El día antes de su marcha, le dije a Paula que sus papis ya estaban recuperados, y que Raúl se marchaba con ellos. Su respuesta fue: «¡Vale!»

A los tres días, volviendo del parque en el coche, me preguntó: «Papi, ¿dónde está Raúl?» Yo le comenté: «¿Recuerdas que te dije que los papis ya estaban recuperados? Pues ya volvió con ellos, a su casa.» Me volvió a repetir un «¡Vale!», y con ello me demostró que los niños se adaptan a los cambios muchísimo más rápido y mejor que nosotros, los adultos. La historia pintaba bien…

A día de hoy, convivimos los cuatro en perfecta armonía, y con la necesaria rutina que deben llevar los niños. Por las mañanas nos levantamos, desayunamos, Juan se va a trabajar y Paula al cole. yo me quedo en casa con el peque, y con las cosas de la casa.

Sin duda, para nosotros como pareja, la decisión de aumentar la familia ha sido positiva en todos los aspectos. Era algo tan deseado, que no podría ser de otra manera. Nos planteamos volver a adoptar, pero sin abandonar el programa de acogimiento.

Con respecto a ser una familia homoparental, jamás hemos tenido problemas, siempre hemos llevado todo con tanta naturalidad, que creemos que con esa misma naturalidad lo reciben los demás. Y si en algún momento ha habido algún problema con alguien, ha sido a nuestras espaldas, porque nosotros no hemos notado nada. Viviendo en un pueblo, nos conoce todo el mundo, y mucha gente nos demuestra admiración por el trabajo solidario que hacemos con l@s niñ@s. Siempre animaremos a cualquier persona que desee ser padre, gay o no, que se embarque, que persiga ese sueño como lo hemos hecho nosotros, saltando cualquier obstáculo que se presente en el camino. El ser heterosexual, gay, moreno o rubio… nada tiene que ver. Al final, el amor es lo único que crece cuando se reparte, y este no entiende de géneros ni colores.

Actualmente tenemos a la cigüeña volando en círculos encima de casa… Pronto seremos uno más. Acogido, adoptado… D igual. Lo querremos de igual manera y le daremos de esa medicina universal que todo lo cura: EL AMOR.

Alejandro Sosa

Cuéntanos cómo formaste tu familia. Escríbenos a info@ovejarosa.com

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies