Mónica Flores regresaba de unas vacaciones en el exterior cuando la policía chilena la detuvo en el aeropuerto para interrogarla. Les molestaba que no coincidieran los registros: había salido del país con un hijo y volvía a ingresar con una hija.
Mónica tuvo que explicar que su hija de 6 años, a la que habían anotado como varón, se identificaba como una nena.
El incómodo incidente se produjo hace dos años y llevó a Mónica y a su esposo a iniciar una batalla legal por los derechos de su hija, una lucha que alentó a las familias de otros chicos trans a exigir una mayor aceptación y que alimentó un debate más amplio en torno a los derechos de género, en un país socialmente tan conservador que legalizó el divorcio hace apenas 13 años y recién ha aprobado el aborto solo en causa de violación, posible muerte de la madre o malformaciones graves del feto.
Los esfuerzos de la familia dieron lugar a un fallo histórico, cuando el año pasado, un juez ordenó a las autoridades del Registro Civil que cambiaran el nombre y el género de la niña en su partida de nacimiento, el primer caso en Chile tratándose de alguien tan joven.
«El caso de esta nena me tocó el corazón. No podía permitir que frente a la sociedad siguiera viviendo en un cuerpo equivocado», declaró el juez que falló a favor de la niña, José Luis Fernández, en la única entrevista que concedió para hablar del caso y que fue publicada en el diario La Tercera.
El dictamen del juez Fernández escandalizó tanto a los grupos conservadores, que estos presentaron una denuncia penal en su contra. La denuncia fue desestimada.
A partir de la decisión de ese magistrado, fueron elevadas por lo menos otras cinco peticiones de cambio de género registral de menores de edad.
El propio gobierno de centroizquierda viene impulsando un conjunto de medidas por los derechos de género, que van desde la descriminalización de algunos abortos en virtud de la legislación confirmada el lunes por el Tribunal Constitucional, hasta la exigencia de una mayor aceptación hacia las personas transgénero en general, y hacia los niños en particular.
En mayo, el Ministerio de Educación chileno emitió una directiva que exhorta a las escuelas de todo el territorio nacional a proteger la orientación sexual y la identidad de género de los estudiantes. La medida antibullying insta a las escuelas a identificar a los alumnos trans según el género de su preferencia. La Asociación de Colegios Católicos del país promete resistir la medida. En un sentido más amplio, el gobierno apoya un proyecto de ley que otorgaría a los adultos el derecho a cambiar su género en los registros oficiales, aunque la medida quedó estancada en el Congreso tras ser puesta en tela de juicio por la Iglesia Católica y otras fuerzas tradicionalistas.
En junio, con la normativa todavía en el limbo, un Tribunal de Apelaciones de Santiago le reconoció a un adulto transgénero el derecho de cambiar su género legal. «Toda persona tiene derecho a desarrollar libremente su personalidad de acuerdo con su propia determinación de su género», sentenció.
En principio, el proyecto de ley presentado ante el congreso incluía a los niños, como la hija de Mónica, pero estos fueron excluidos después de enfrentar resistencias aún mayores. Algunas de las dudas surgieron de la Asociación de Endocrinólogos de Chile, quienes expresaron su apoyo a permitir que los adultos realicen este tipo de modificaciones legales, pero sostuvieron que es prematuro realizarlas durante la niñez, ya que el cuerpo y el cerebro todavía se encuentran en desarrollo y la identidad de género a veces puede cambiar en la pubertad.
En el año 2012, después de la conmoción por el asesinato a golpes de Daniel Zamudio, joven gay, Chile adoptó una ley que prohíbe la discriminación y condena los delitos de género. Y en el año 2015 se aprobó la unión civil para parejas del mismo sexo.
Casi todos estos avances han encontrado resistencia entre los legisladores conservadores y los líderes católicos, que argumentan que dichos cambios resultan devastadores para la familia y para la sociedad.
La hija de Mónica Flores -a quien ella pidió que llamemos Luna- todavía es demasiado pequeña para preocuparse por los detalles del debate.
Ella se pone un pañuelo verde sobre el pelo negro y sedoso, una camisa floreada con calzas fucsia y un chaleco negro. Cuando había que elegir un personaje de la televisión, siempre quería ser una princesa o un hada. En cuanto aprendió a hablar, le preguntó a la madre por qué le había puesto un nombre de varón, si ella quería ser una nena.
Mónica y su esposo afirman estar convencidos de haber hecho lo correcto para su hija menor.
«Nosotros reclamamos justicia porque nuestra hija tenía que soportar demasiada discriminación y momentos incómodos cada vez que había que hacer trámites de rutina, papeleos o visitas al médico», dice su padre, Gonzalo Araya.
«Tratamos de informarnos para ayudarla a ser feliz».
La aceptación creciente en el seno de la sociedad chilena ha llevado a otros niños transgénero a salir de las sombras, y varios de ellos participaron de la Marcha del Orgullo en la capital chilena.
Selenna, una nena de ocho años de cabello castaño recogido en una cola de caballo, llora de alegría mientras salta y juega con los demás chicos.
Su madre, Evelyn Silva, dice que tuvo que luchar mucho para encontrar una escuela que aceptara a una nena cuya partida de nacimiento sigue diciendo que es varón, pero finalmente le fue bastante bien.
Por su parte, Selenna dice que antes no le gustaba festejar su cumpleaños, porque siempre le regalaban coches de juguete.
«A lo mejor no se daban cuenta», dice Selena, «pero yo siempre fui una chica».
Textos: Eva Vergara / AP
Fotos : Esteban Felix
Traducción: Jaime Arrambide
Edición Fotográfica: Alfredo Sánchez
Artículo publicado en La Nación.