Cuando nuestro hijo nació, resultó evidente que sus derechos o los peleábamos nosotros o nadie lo haría. Así, junto a otros miembros de nuestro grupo, decidimos dar la cara. Televisión, radio, prensa… allí dónde podíamos, nos prodigábamos. Los medios nos trataron bien, pero con una constante: antes o después, el periodista, la entrevistadora, quien fuese, ponía cara de gran interés y preguntaba: “¿Cuánto os ha costado?… Porque dicen que es caro…”
Como se planteará, más pronto que tarde, la misma pregunta, prefiero contarlo ya, consciente de lo importante que es el dinero. Tengo amigos endeudados de por vida en su sueño de lograr un hijo.
¿Cuánto nos gastamos hasta que nuestro hijo estuvo aquí, en España, con nosotros?
Cien mil euros. O algo más. Que voy a desglosar en dólares. Era en ellos en lo que hacíamos las cuentas entonces y así ha quedado en los archivos de nuestra pequeña historia.
¿Por qué tanto dinero? Por el lugar y por el modo de hacer.
El lugar, Estados Unidos, en concreto California, cuya estructura legal nos parece que respeta muy bien los derechos de todos los implicados. Un ejemplo: la donante genética no tiene porqué ser anónima. Si mi hijo, mañana, desea conocer a la persona que donó sus óvulos para que naciera, podrá hacerlo. Los niños tienen derecho a conocer su historia, ¿no? Guardamos su foto y su nombre como un tesoro. Por si él quiere algún día mirar sus ojos.
Comenzamos por contactar con una agencia. Aun cuando no son indispensables, lo habitual es recurrir a ellas: dan la seguridad de la experiencia, te guían y ayudan. Además, al mantener in situ el contacto con donante y gestante, son una especie de representante. Saber que alguien estaba pendiente de las necesidades de nuestra gestante era fundamental. La agencia supuso 25.000 dólares.
Como en California la filiación se establece mediante proceso judicial (que existiese tutela judicial también nos gustaba) necesitamos recurrir a un abogado local, que nos representara. Nuestras gestante y donante tuvieron también cada una el suyo, de modo que en abogados y juicio se fueron otros 8.000 dólares.
En el modo de hacer, había un asunto esencial: los seguros. Soy muy consciente de las complicaciones que reproducción y gestación pueden acarrear. Buscar seguros que cubriesen todas las posibilidades, por remotas que fueran, se convirtió en una obsesión.
En España nadie se plantea esto cuando recurre a reproducción asistida. Si una donante de óvulos se complica, con independencia del tipo de centro reproductor, siempre puede acudir a un hospital público, donde se le prestará la atención necesaria. No hacen falta seguros especiales ni nada parecido. En Estados Unidos no. En EE.UU. la donante (y la gestante, por descontado) es responsabilidad tuya y tú has de velar por ella. Cosa lógica, desde mi punto de vista. Demasiado hacen ayudando y donando sus capacidades reproductivas para que, encima, tuviesen que abonar de su sueldo los gastos médicos derivados de esa generosidad. Los seguros fueron caros, pero eran los necesarios (sólo el seguro de nuestra gestante ascendió a 25.000 dólares).
El modo también pasó por elegir un servicio de reproducción, un médico en quien depositar nuestro futuro, un apoyo y unas infraestructuras sanitarias adecuadas… Todo en un país donde la medicina es privada y es cara.
La clínica de reproducción recibió nuestro número de tarjeta (en EE.UU. das primero el número de tarjeta y luego te preguntan el nombre) y la farmacia próxima a ella también. Ecografías, análisis, consultas médicas, tratamientos hormonales y otros, extracción ovular, preparación seminal, FIV, transferencia, etc. La tarjeta funcionaba a muy buen ritmo, convulso casi.
Para no cansar, el total de todos los seguros, la farmacia, ginecólogo, biólogo, laboratorio, etcétera: 60.000 dólares.
Faltan por añadir las compensaciones. La compensación económica resarcitoria, nombre que le da nuestra Ley de Reproducción Asistida de 2006 en su Art. 5.3.
La donante recibió una compensación de 8.000 dólares, lo habitual en California.
Nuestra gestante recibió 40.000 dólares. Con eso se pretendía compensar las molestias, el dolor y el esfuerzo y lo demás. Se pretendía. Es imposible compensar lo que una gestante hace.
Todo comenzaba en agosto de 2009. El proceso, desde el punto de vista obstétrico, se dio por acabado, pasada la cuarentena y terminado el tratamiento, a finales de octubre de 2010. Catorce meses empleados en ayudarnos a tener a nuestro hijo… Sí, definitivamente es imposible compensar lo que una gestante hace.
Lo de menos son los gastos en vestuario, calzado u otros asuntos del quehacer diario, como sacar sangre o inyectar hormonas. El esfuerzo es otra cosa. Gastos en desplazamientos (más de 100 millas diarias, ida y vuelta, durante varias semanas, para analítica, ecografía, posología hormonal, enfermería, etcétera); gastos de tiempo, para que su familia y su trabajo no se resintieran de esas horas en la carretera, en el médico; el diagnóstico de diabetes gestacional, con sus controles; y finalmente la baja laboral: se le detectó una enfermedad durante la gestación que requirió tratamiento y manejo específico.
La misma enfermedad que mató, muy joven, a su padre, sin que en aquel momento se sospechase ni hiciese diagnóstico alguno. Antes de la gestación de mi hijo no sabía que la tenía, que era hereditaria, que sus hermanas deberían estudiarse y tratarse. Ella dice que nuestro hijo salvó su vida (sus vidas). Porque en los embarazos de sus hijas nada se detectó, pero en el nuestro sí. Dice que si no hubiese gestado a nuestro hijo podría haber corrido la misma suerte que su padre. Afirma que el niño la protegió. Ahora conoce qué tiene y sabe que su tiempo, su futuro, puede ser largo, muy largo.
Requirió tratamiento anticoagulante, corticoides, baja laboral… y si alguien cree que durante los periodos de baja en Estados Unidos hay un organismo oficial que abona un sueldo, como sucede aquí con la Seguridad Social, está muy equivocado. Mucho. En los EE.UU. no es común que se den bajas por maternidad remuneradas. De las bajas por enfermedad ni hablemos. Eso era nuestro.
Lo olvidaba. Aún hay que agregar los tres viajes Madrid-Chicago-Los Ángeles/Los Ángeles-Chicago-Madrid. Hoteles, comidas, desplazamientos y trasporte en carretera, documentos, traducciones juradas, cenas, bocadillos (más bocadillos que cenas): 10.000 dólares.
Han sido nuestras elecciones y nuestras decisiones. Volveríamos a hacerlo igual, por estar en este aquí y este ahora, con nuestro hijo, tal y como es.
Las personas que recurren a la subrogación, rara vez son (somos) millonarios. Hipotecan casas, arrasan cuentas y ahorros de padres y hermanos, miran con cara entre cómplice y sádica al bolsillo de más de un amigo. Porque tienen una aspiración: ser padres, ser madres. Como tantos de lo que leéis esto. Y, pese a ese “saqueo”, muchos se quedan varados en problemas económicos insalvables.
¿Os imagináis que para tener a vuestro hijo aquí, en España, hubieseis tenido que contratar primas específicas para la estimulación ovárica, o gastar 1.000 dólares cada dos por tres en hormonas, o seguros especiales para cubrir el parto? ¿Pagar 6.000 dólares diarios si el niño tiene que ingresar en una UCI neonatal? ¿Dejar de trabajar y no tener cobertura social alguna? Respondedme: ¿Cuánto os ha costado?
Y hay más. Hay dolor y miedos y angustias, ilusiones, decepciones, esperanzas, sueños rotos o noches de insomnio, rechinar de dientes y ojos abiertos como troneras esperando ese positivo, esa llamada…
Por esto relato nuestra historia: quiero, queremos, la seguridad jurídica y el respeto a los derechos humanos, como en California, y los costes y las asistencias sociales y sanitarias que España brinda. Quiero ser igual que todos y cada uno de los que son padres y madres aquí, en mi país. Y aspiro a que las barreras económicas no impidan, ni a hombres ni a mujeres, poder ir al parque a jugar con sus hijos.
Sin más. Sin menos.