Crónicas del armario: Así abandoné el mío

Me costó varios años de duro trabajo personal, de viajes y de encuentros fortuitos el sentirme preparado para enfrentarme a la mirada de los demás, estar orgulloso de abrazarLE por la calle, a la luz del día, sin sentirme intimidado por la mirada reprobatoria de la gente, sin sufrir por las críticas mordaces de los que viven dos siglos atrás… Necesité algunos años para que se hiciera más potente este sentimiento de injusticia de no poder acceder a los mismos derechos, de estar considerado tan sólo como un ciudadano de segunda, de sentirme humillado, como si me hubieran echado a un foso con leones. Porque la sociedad puede ser cruel, a veces… Habré necesitado varios años para aceptar la difícil pero no imposible tarea de vivir bajo la bandera de la homosexualidad, para colorear mi mundo con un poco de alegría y orgullo, rediseñar el armario frío y austero de mis años escondido para decirme que no importan los días grises y lluviosos ya que siempre una capa de color sucederá a esta capa triste.

ovejarosa.comNadie nunca debería tener derecho a sacar a alguien del armario sin su consentimiento. Cada uno lo pinta como lo quiere, con su estilo propio, primero con algunos colores pálidos, con algunas manchas dispersas apenas visibles. Luego el bosquejo de una puerta aparece, con sus contornos y sus misterios, con este deseo ardiente de atravesarla para descubrir lo que se esconde detrás de ella. Poco a poco otro mundo se revela, enlucido por colores de todos los matices, calientes y armoniosos, como una explosión de alegría en un mundo que durante tanto tiempo estuvo tan sombrío. Cada salida del armario es distinta, imprevisible, pero tan bonita cuando lleva en sí misma los estigmas del respeto y de la tolerancia. Nadie debería quitar a nadie su libertad de pintar su mundo como lo desea. ¿Por qué no me dejaron pintar el mío a mi manera?

La salida del armario es un acto único, especial, que repetimos hasta el infinito cada día de nuestra vida cuando tenemos la oportunidad de conocer nueva gente. Cada coming out tenía para mí este sabor especial, el de nunca saber qué resultado iba a obtener de las frases reconfortantes que empleaba para decírselo a mis queridos amigos, para explicarles por qué había esperado tanto tiempo antes de anunciarlo solemnemente, cómo había tenido que fingir varias veces para esconderme y cuáles eran las razones. Como estos colores primarios que mezclamos con la esperanza de conseguir una tinta particular, mil veces mezclaremos los mismos “ingredientes” sin nunca llegar al mismo resultado. El color obtenido de esta mezcla es punto por punto único. Cada salida del armario simbolizaba y simbolizará siempre para mí el misterio de no poder saber con antelación ni prever las tintas y los matices que emanarán de mis amigos más íntimos. Este anuncio, después de unos años dolorosos sin poder compartirlo o haciéndolo con este temor de perder a los que me rodeaban, era y será siempre una manera de tomar posesión de una sexualidad que hasta hace poco tiempo fue más una carga que un orgullo; una manera de poder, por fin, apropiarme de ella sin agobiarme y enseñar toda la felicidad que me provee. Con mis palabras quería dibujar mi mundo, verle tomar vida delante de mis ojos. Quería anunciarlo personalmente a cada uno de mis amigos, tener la oportunidad de expresarme con más detalles sobre esta sexualidad que me había estado pesando varios años, para convencerles ―a no ser que ya lo supieran― de la normalidad de la cosa. Informados individualmente unos después de otros, eligiendo las palabras con cautela para no perder a ninguno de ellos, estaba dibujando los contornos y eligiendo las tintas que iban a definir mi mundo.

Para algunos de nosotros, una llamada cambia nuestra vida. Recibís una oferta de trabajo que os ayudará a subir en la gran escalera alimentaria, os informa esta voz ajena y molesta de una noticia trágica, la del fallecimiento de un pariente, o pasáis tres horas seguidas charlando con vuestro novio contándole todos vuestros secretos más íntimos. Para otros, esta llamada es sinónima de una noche de entretenimiento descarado, con risas en el aire y cacahuetes sobre la mesa: acababan de tener algunos amigos míos la estupenda idea de anunciar mi sexualidad a quien quería contestar a sus llamadas irrespetuosas. Éramos amigos desde hace más de diez años. “Sólo” diez pequeños años. ¿No me habían escuchado cuando les había dicho que mi único deseo era anunciarlo personalmente a cada uno de ellos? Nunca entendieron cuál era su culpa. Nunca se excusaron. Unos años después, quizá me leyesen y entendiesen el grosero error que cometieron durante aquella noche que no era para ellos nada más que una noche entre tantas otras, pero que, para mí, hacía perder a mi realidad los colores recién adquiridos y degradaba el cuadro alegre de una sexualidad que acababa de aceptar después de tantos obstáculos.

¿Fue simplemente el acto en sí mismo el que me hizo más daño, o la mala fe repugnante con la que disimularon su culpabilidad y les permitió tener buena conciencia después de lo ocurrido, que me estaba afectando tanto? “Habrías debido decírselo desde hace ya mucho tiempo…”. “No es tan grave, por lo menos ve el lado bueno de las cosas, no tendrás que anunciarlo personalmente… te hemos quitado un peso”. “Ves, si no hubiéramos hablado de homosexualidad, no habrías convertido esta llamada tan inocente en una polémica tan grande”. El día cuando tres de mis amigos sabían de mi sexualidad, otros tres acababan de cometer el irreparable error, la equivocación de pisotear una muy importante parte de mi vida. Mientras los tres primeros se asombraban por este extraño anuncio, con los tres demás cortaba la amistad. ¿Finalmente, no va así el mundo? Totalmente equilibrado, sin nota discordante: todo era tan lógico. Nunca lo comenté más con ellos y tampoco volvimos a hablarnos…

Cada día que empieza es un desafío y toma un tono distinto. ¿Cómo mantener la cabeza alta, en todas circunstancias, cuando los silbidos de unos y las miradas despectivas de los otros se mezclan con el beso cariñoso que estáis dando a vuestro novio en público? ¿Cómo no poneros tristes, ver caer la luz que habíais proyectado en vuestra realidad y palidecer vuestra paleta de colores hasta perder su brillo y su calor? ¿Cuántas personas son o han sido víctimas de una homofobia ordinaria? La roja sangre, que debilita vuestro mundo, le hace vacilar, mientras que vuestras piernas intentan guiaros en el sentido opuesto para esconderos en los rincones reconfortantes del armario donde habéis estado encerrados ya demasiado tiempo.

La ignorancia es demasiado a menudo la causa de un odio ordinario, de un desprecio latente, el de pensar que la heterosexualidad es la norma establecida, la que tendríamos todos que adoptar y de la cual no deberíamos desviarnos. Ocurría que escuchaba frases mezquinas por parte de desconocidos en la calle, exabruptos de “buenos amigos” que sólo tenían la palabra “maricón” en la boca, las preguntas molestas sobre mis prácticas sexuales y las intrusiones en mi vida privada, los amalgamas y los prejuicios que florecían en la mente de los transeúntes… Y aún hoy en día resuena el eco de las mismas preguntas de dudosa moralidad, incansablemente repetidas, a las cuales nadie pareció haber escuchado mis respuestas. A lo largo del tiempo, he aprendido que la única respuesta universal e imparable es la del amor, recordando que la unión entre dos mujeres o dos hombres sólo conlleva el deseo de conocer a la otra persona más íntimamente, querer compartir momentos juntos, sean felices o dolorosos, sentir su olor o acariciar su pelo durante horas… Entre risas y lágrimas, tenemos todas y todos el derecho de conocer estos momentos privilegiados y tan especiales, y eso sin que importe nuestro color de piel, nuestra clase social, nuestra nacionalidad o nuestra sexualidad.

Y cabe recordar a todas y todos quienes aún estáis escondidas y escondidos en los rincones tan cómodos de este buen armario, que no importa lo que los demás dicen, os pertenece a vosotras y vosotros, y a nadie más, decidir sobre vuestra vida.

 Maxime

Foto realizada por Cisco Muñoz

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