Laura Maud Dillon era una niña especial. Nacida en la Inglaterra de 1915, fue una de las pocas mujeres que entonces tenía un nombre en el mundo del deporte. Ganó varios premios como atleta en la categoría de «Remo» y formó parte de su Federación Deportiva.
Pero no solo era especial porque destacaba en el deporte. Laura era, en realidad, Michael. En aquella época ni siquiera se conocía el término «transexualidad», y mucho menos el de disforia de género, pero Laura estudiaba medicina y sabía que la química del cuerpo tiene mucho que ver en la complexión de la persona, así que en 1939 comenzó a hormonarse con testosterona, muy consciente de que era un hombre aun cuando su realidad no era comparable a la de ningún otro ser humano a su alrededor.
Su valentía le permitió convertirse en un hito en la historia y ser el referente para muchos otros hombres que también buscaban su verdadera identidad. Pero también le supuso el rechazo de sus conocidos, y tuvo que huir de su pueblo en cuanto pudo una vez su apariencia ya era masculina. Viajó a otra zona de Inglaterra, comenzó a trabajar en un garaje y vivió una vida normal como Michael hasta que un accidente le llevó al Hospital donde descubrieron que su sexo biológico no era el esperado.
Michael decidió entonces plantearse una cirujía nunca antes acontecida. Harold Gillies, cirujano plástico, le realizó una doble mastectomía, y años después la primera faloplastia.
Michael Dillon acabó la carrera de medicina, ya con su nueva identidad y siempre enfrentado al peligro de que descubrieran que ésta no era legal. Escribió en 1946 «Dillon: un estudio en Endocrinología y Ética» donde defendió la existencia de la disforia de género, la transexualidad y la intersexualidad como realidades humanas que nada tenían que ver con trastornos psicológico y que por supuesto, en contra a lo que se rezaba en la época, no se curaban con psicoanálisis.
«Cuando la mente no puede ser hecha a la medida del cuerpo (…) debe ser el cuerpo el que sea hecho a la medida, en todo caso, a la mente.»
En 1958 su vida dio un vuelvo. Una herencia puso al descubierto su nombre original y le puso en un gran problema legal, por lo que de nuevo huyó, pero esta vez mucho más lejos, a la India. Allí fue ordenado monje budista y llamado Lobzang Jivaka. Tras escribir varios textos sobre budismo murió en Punjab a los 47 años de edad, en 1962.
Las chicas del cable, la primera serie española por la que ha apostado Netflix, muestra en su segunda temporada una historia parecida. La de Sara, interpretada por Ana Polvorosa, que confiesa a su amada Carlota que desde pequeña se siente un hombre.