Un mes sin Alan, joven víctima de la transfobia

La sonrisa de Alan es preciosa.

La sonrisa de Alan se quedó dormida, entre el bullicio y las luces de colores, una tarde de diciembre, como si de una postal para el recuerdo se tratase.

Alan se suicidó. Lo que no es algo que uno decida así, de buena mañana, al organizar las actividades del día.

El suicidio de Alan no fue un camino elegido. Fue un camino impuesto. Y los inductores no son anónimos. Tienen nombres y apellidos. Saben lo que han hecho. Saben de sus burlas, sus golpes, sus insultos. Su acoso. Lo saben, pero ellas y ellos no son otra cosa que el producto de la educación recibida, de una cultura para la violencia, aprendida, permitida y postulada por quienes tienen voz y mando públicos. Es a esos y esas, a l@s responsables ideológic@s de la muerte de Alan, a quienes quiero señalar.

Yo acuso a unos partidos políticos que, en el Gobierno desde hace más de 30 años, no han hecho nada, nada, para reconocer los derechos de las personas transexuales; nada para que la educación en la diversidad afectiva y sexual esté integrada, en el currículo escolar, ya desde la etapa de infantil. Han dispuesto de muchas legislaturas para regular y reconocer el libre desarrollo de la personalidad, el derecho a la autodeterminación de la identidad para tod@s. Han tenido décadas para orquestar un programa que previniese el acoso escolar en general y la transfobia en singular. Para explicar que transexualidad, cisexualidad, heterosexualidad, homosexualidad, o cualesquiera otra, no son más que expresión de la pluralidad de nuestra especie. No se ha promulgado una ley nacional, obligatoriamente consensuada, para educar en la normalidad que representan l@s niñ@s LGTBI. Durante todos estos años han dejado, pendientes de sondeos electorales y mamandurrias varias, de cumplir con el mandato de amparar al menor. Por todo ello son reos de omisión.

Han podido cambiar el curso de la historia de Alan, y de much@s otr@s, y no lo han hecho. Ministros y ministras han pasado por el puesto, han posado para el retrato oficial, han tenido coche oficial, sueldo oficial, poder oficial y real y no han hecho nada. ¡NADA! Ell@s podrían haber evitado que Alan muriese. Les ha dado igual. Han ocupado su escaño, su sitial, y luego, arrogantes, se han ido a disfrutar del clientelismo ganado con el puesto ministerial, mientras niños y niñas trans van sollozando por nuestras calles.

Yo acuso a la Iglesia Católica, mayoritaria en España, pero también a las demás Confesiones, de anteponer criterios rancios a la enseñanza del Amor. De preferir dogmas antisociales antes que ver la diversidad de las personas que Dios crea. Nunca han respetado al colectivo LGTBI. Ni a nosotr@s ni a nuestr@s hij@s. Solo les ha importado sus canonjías y privilegios. Les acuso de injuriar y faltar a la verdad. De estimular el acoso escolar con frases y sermones que, carentes de todo escrúpulo, se lanzan desde los dorados púlpitos sobre todo aquel que les parece diferente. Les acuso de maltratar al colectivo LGTBI, de pretender denigrarlo y presentarlo como algo perverso, olvidando que son quienes así hablan los que llevan en la frente, grabado a fuego, el signo del Maligno. Sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos pero que por dentro están llenos de huesos y de toda clase de podredumbre. Les acuso de defender un orden social que les permite gozar de palacios, sedas y oropeles mientras un niño se suicida el día de Nochebuena.

Acuso a la Sociedad, que ha permitido que polític@s corruptos y religiones alienantes dominen nuestro mundo; que ha aceptado que machismos y hembrismos marquen pautas vitales y digan cómo comportarse o qué es “lo normal”, otorgándoles así un poder que destruye vidas y engendra crímenes sociales. La cultural imperante, tradicional y primitiva, basada en roles clásicos, mata mentes y cuerpos. Ha matado a Alan.

Es preciso abrir los ojos.

Alan no puede ser un número más en la estadística oficial. Alan tiene que ser un antes y un después. Hay que obligar, sí obligar, a trabajar la educación social de verdad. A reconocer las individualidades, a respetar la diversidad. Hay que enseñar que todos y todas somos maravillosamente iguales y genialmente diferentes y que esas diferencias son buenas y nos enriquecen.

No podemos aceptar que Alan siga muriendo cada día en nuestras escuelas e institutos, que Alan siga llorando cada día por nuestros pueblos y ciudades, que Alan agonice un poco, cada día, al ser olvidado como un muñeco roto.

No podemos.

Alan, tu muerte no puede ser en vano. Tu memoria ha de obligarnos a tod@s a reaccionar. Es lo mínimo que te mereces. Te lo debemos.

No lo supimos hacer bien en tu vida. Ojala sepamos hacerlo bien en tu muerte.

Un abrazo, Alan.

Buenas noches.

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