«Sí, tengo dos mamás. Y así fue crecer con ellas». Emocionante testimonio de una mujer adulta

«En septiembre de 2013, en un glorioso día de otoño, veinte personas se reunieron en el jardín de mi casa en Tillson, Nueva York, para celebrar una ocasión especial: el matrimonio legal de mis dos mamás.

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La boda se hizo esperar por mucho tiempo. Fue un evento íntimo, muy ceremonioso, que mostró elementos de una variedad de culturas y religiones que reflejaban tanto a Judith, mi madre biológica, como a Estella, su pareja durante 17 años. Todos los invitados vestimos de blanco con collares de cuentas de los Orixas (Dios y Diosas) de Candomble, una religión afro-brasileña del norte de Brasil.

Sí, tengo dos mamás… pero no siempre fue así.

Me considero una persona afortunada por tener unos padres amorosos. Sin embargo, el sexo y “género” de dichos padres ha variado durante mi crianza. Mi mamá y mi papá –casados durante 10 años y con tres hijos– se divorciaron cuando yo tenía 7 años. Para ese entonces, mi mamá era principalmente quien cuidaba de mis dos hermanos y yo. Trabajaba incansablemente para proveer todo lo necesario económicamente, pero todavía más importante fue el aspecto emocional, que nunca faltó.

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Mi mamá mantenía una tradición de honestidad en nuestro hogar y se aseguraba de que cualquier asunto que tuviera que ver con la familia lo platicáramos abiertamente. Nada era ignorado. Fuera bueno o malo, siempre lidiábamos con nuestros problemas y sentimientos directamente y aprendimos a interpretar el mundo a nuestro alrededor de forma justa y cariñosa. Entonces, cuando mi mamá nos dijo a mi hermano mayor y a mí que se había enamorado de una mujer, lo platicamos. En ese momento no me pareció algo particularmente significativo. Era algo que hacía feliz a mi mamá, así que yo no tenía problemas con eso. Yo me encontraba en la preadolescencia, época en la que estaba mucho más preocupada por mis propios problemas que por cualquier cosa que mi mamá estuviera haciendo.

Todo cambió en el verano, cuando yo tenía 11 años.

Recuerdo que era un día soleado, mi mejor amiga y yo estábamos acostadas cerca de la alberca cuando mi hermano menor, de 6 años, le dijo a mi amiga: “Mi mamá tiene una novia”. Yo no le había dicho a nadie que mi mamá era lesbiana, así que mi amiga supuso que él sólo estaba inventando historias y le dijo que dejara de decir esas cosas. Pero mi hermano no se detuvo. Yo sólo estaba ahí, sentada y mortificada, tratado de hacerlo callar para que no “soltara la sopa” sobre el secreto de nuestra familia. Mi amiga, curiosa e inquisitiva, decidió aclarar el asunto por si misma y sin ninguna vergüenza fue con mi mamá y le preguntó si era cierto que era lesbiana y estaba en una relación con una mujer. Mi madre, en su compromiso con la honestidad, le dijo que era cierto. Ver la expresión de asombro de mi amiga, y notar cómo los engranes de su cabeza comenzaban a girar para procesar este hecho, me espantó, así que corrí al baño y lloré largo y tendido.

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No sé si mi amiga le reveló esa información a alguien más, pero la siguiente vez que nos vimos no le dio mucha importancia. Más bien, lo que ella tenía era curiosidad y me hacía muchas preguntas. Estaba interesada en el qué, cómo y por qué. Por un lado, contestar estas preguntas era fácil porque mi amiga también había vivido el divorcio de sus padres y fue testigo de cómo ellos buscaron otras parejas y posibles padrastros. Por otro lado fue difícil, porque ella esperaba que todo fuera muy diferente. Fue entonces cuando me di cuenta de que había implicaciones mucho más grandes acerca de la relación homosexual de mi mamá.

Esto es lo que puedo decirles acerca de tener mamás lesbianas siendo una adolescente en la década de 1990: la comunidad empezó a considerar a mi familia como “los otros”. Esta situación creó muchas interrogantes y expuso fisuras sociales y tabúes.

Judith y Estella

Foto: Judith y Estella el día de su boda en 2013

El vecindario en el que crecí era muy religioso, lo cual significa que mis vecinos asistían a la iglesia regularmente y consideraban lo que aprendían ahí como la verdad, especialmente lo relacionado con los “valores familiares”. Dichas nociones de “valores familiares” fomentaron animosidad en contra de mi familia, ya que no encajábamos en el modelo bíblico tradicional, el cual consiste en un hombre y una mujer. En una ocasión un vecino se detuvo para decirle a mi mamá que ella era el diablo por haberse divorciado de mi papá. Mi amiga de la infancia, que vivía cruzando la calle, tenía prohibido ir a mi casa porque mi mamá tenía una relación con una mujer. Rumores acerca de la depravación de mi familia llegaban a mis oídos de todas partes de la comunidad.

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Este contexto de intolerancia y miedo del “otro” se extendía mucho más allá de mi vecindario y era algo generalizado en Estados Unidos, lo cual se hizo evidente en una ley aprobada en 1996 llamada “La ley en defensa del matrimonio” (DOMA – Defense of Marriage Act). La DOMA evitaba que el gobierno federal reconociera los matrimonios homosexuales para propósitos de las leyes y programas federales (como pensiones, herencias, seguridad social y seguro médico) aunque dichas parejas estuvieran legalmente casadas en sus lugares de origen.

Dichas nociones sobre los “valores familiares” y la homosexualidad desalentaron el hecho de que yo quisiera que mi comunidad supiera que mi mamá era lesbiana.

Mantuve la sexualidad de mi mamá como un secreto personal cuando estuve en la secundaria y durante la mayor parte de la preparatoria, ni siquiera mis mejores amigas lo sabían. Pero eso cambió durante una pijamada cuando tenía 14 años.

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Teresa, Mary y yo estábamos haciendo nuestras típicas travesuras de tomar el alcohol del bar de casa de Teresa a escondidas y fumar furtivamente un par de cigarros que yo le robaba a mi mamá, evitando toda sospecha de la mamá de Teresa, la cual se encontraba en su casa en ese momento. Ya estábamos mareadas, un poco alcoholizadas y juguetonas. Nos divertíamos en la habitación de Teresa con “verdad o reto”, aquel juego en el que los participantes o responden una pregunta honestamente o realizan un reto que los otros jugadores establecen.

Durante el juego yo reté a mis amigas a besarse. Lo hicieron titubeantes, pero después pasó algo inesperado: lo estaban disfrutando y ¡continuaron besándose! Comencé a sentirme muy incómoda. Finalmente las interrumpí: “Oigan…¿chicas?” Hubo una pausa, y les dije – “me están asustando… porque mi mamá es lesbiana”. Esto las sorprendió. Estuvieron en silencio un momento, y poco a poco se fueron dando cuenta de lo que estaban haciendo. Mary lloró y todas nos fuimos a dormir algo incómodas.

Teresa no se tomó muy en serio lo que pasó aquella noche, pero Mary sí. A ella le costaba procesar el significado de lo ocurrido y necesitaba hablar con alguien al respecto. Quiso hablar con mi mamá, no tanto porque ya supiera que era lesbiana, sino porque se sentía muy cómoda con ella. Entendía que nosotros hablábamos honestamente sobre la vida sin juzgar ni condescender (a pesar de nuestra edad), y porque sabía que mi mamá tenía una gran variedad de experiencias. Los tabúes en la comunidad dificultaban que ella hablara con sus propios padres, así que buscó la ayuda de mi mamá para procesar su experiencia.

La pregunta principal de Mary era: “¿Si besé a una niña significa que soy lesbiana?” Mi mamá le aseguró que este tipo de exploración de su cuerpo y de lo que se siente bien era algo muy natural. Cuando ocurren cosas fuera del paradigma social convencional muchas personas se esconden y se sienten avergonzadas de lo que hicieron por temor a ser juzgadas sin piedad. Cuando hay más apertura social hacia lo que es diferente, las personas pueden ser ellas mismas y pueden verdaderamente descubrir cómo se sienten al respecto.

Crecer con dos mamás me ayudó a entender que no hay un molde único para el género y sexualidad de una persona. El hecho de tener esta estructura familiar “alternativa” abrió la puerta para pláticas y reflexiones sobre lo que todo esto significaba para mí. Nunca me forzaron a adoptar estereotipos rígidos de género, más bien me animaron a descubrir quién soy a través de la reflexión deliberada. Cuando nuestros pensamientos no están confinados, entonces nos sentimos más seguros de nosotros mismos y nos acercamos al mundo con mucha más autoestima. De hecho, muchos estudios han revelado que los niños que crecieron con padres del mismo sexo se sienten más seguros de si mismos y tienen un alto nivel de autoestima.

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A lo largo de mi vida, la aceptación de matrimonios homosexuales ha crecido drásticamente en Estados Unidos. Un estudio realizado por Pew en 2015 reveló que el 73% de los millenials y 57% de todos los adultos están a favor del reconocimiento legal de matrimonios del mismo sexo. Cuando yo era adolescente en 1998, sólo el 35% de los adultos estaba a favor.

Incluso a algunos de los miembros de la primera familia de mi madre les costó trabajo aceptar su orientación sexual. Mi mamá era una de 11 hijos en un hogar muy católico, así que tengo muchas tías, tíos políticos y primos. En una familia tan grande había representación de una gran variedad de creencias y religiones. El lesbianismo de mi mamá rara vez surgía como tema de conversación, excepto cuando las creencias religiosas de alguna de mis tías políticas la impulsaba a hablar con ella al respecto.

Una de mis tías creía que estar en una relación con otra mujer era un “pecado”. Y en su preocupación por la “salvación” de mi madre, me dijo que Dios la perdonaría si ella aceptaba a Jesús en su corazón. También me preguntó: “¿No te gustaría estar con tu familia en el cielo?”

Yo no podía aceptar que mi mamá estuviera “pecando” debido al sexo de la persona que amaba. No podía aceptar esta idea, porque cuando Estella entró a nuestras vidas todo lo que podía ver era una relación saludable y amorosa que yo admiraba. Además, Estella se convirtió en una increíble fuerza estabilizadora para toda la familia, al darnos a cada uno de nosotros amor incondicional desde el momento en el que se convirtió en nuestra segunda mamá.

¿Cómo puede ser el amor un pecado? ¿Cómo es que algo tan positivo puede ser considerado malo? Al ver los efectos positivos que Estella había tenido sobre nuestra familia, jamás podría creer en un Dios que condena a alguien por algo tan superficial como el sexo o género de una persona. Para entonces, yo tenía 15 años y mi tía me hizo buscar y cuestionar los conceptos de moralidad, y me ayudó a encontrar mi propia verdad, un proceso que ahora llevo a cabo cada vez que las presiones sociales me empujan a aceptar algo como cierto a la primera.

Sarah y Estella

Foto: Sarah y Estella

La verdad es que tener dos mamás no es diferente a tener una mamá y un papá. ¡Y ser un padrastro o madrastra no es nada fácil en ninguna familia!

Con los padres biológicos, los hijos notan los sacrificios y compromisos que éstos realizan para alimentar, vestir, enseñar y consolarlos cuando lo necesitan. Tus papás pueden regañarte, disciplinarte y decirte qué hacer, porque sabes que están interesados de corazón en tu bienestar. A menudo, los hijos se muestran escépticos cuando alguien nuevo se integra a la familia, porque sus intenciones son desconocidas. La confianza no es algo inherente, sino que es algo que se gana.

Estella hizo justamente eso. Desde el principio nunca intentó ser el reemplazo de uno de mis padres, sino que simplemente estuvo ahí para nosotros. Estella siempre tuvo una relación respetuosa, llena de apoyo y amor con mi mamá, y nunca intentó intervenir de forma obstructiva. Ella nos hacía saber que estaba ahí para apoyarnos, no sólo verbalmente sino a través de sus acciones generosas en el ámbito material y emocional: evidencia de una verdadera madre.

Estella es un ejemplo de una excelente madrastra, porque ella eligió amarnos a mis hermanos y a mí a pesar de todos los retos que presentábamos como adolescentes, y sus acciones hablaron claramente sobre cuánto le importábamos.

Cuando me gradué de la preparatoria me aceptaron en el Hunter College en Manhattan y, pese a mis limitados fondos, pude asistir en gran medida porque Estella me permitió vivir en un departamento suyo en Manhattan. Trabajé muy duro para obtener buenas calificaciones, pero también encontré aprendizaje y aventura en la gran diversidad de Nueva York. Estella me vio trabajar arduamente, estudiar y encontrar una comunidad de amigos. Podía darme cuenta de que ella estaba orgullosa de mi crecimiento como persona y quería asegurarse de que nada obstaculizara mi camino.

Tras haber cursado mi primer año de universidad, una tarde Estella me dijo que estaba redactando su testamento de tal forma que si algo llegara a sucederle, yo heredaría el departamento. En ese momento comencé a llorar debido al profundo significado de ese gesto. Ella pensó en mi futuro mucho antes de que yo comenzara a considerarlo. Esto me hizo entender que ella planeaba ser parte de mi futuro como una madre. Su consideración por mi bienestar como persona e hija iba más allá de su relación con mi mamá. Ésta es una acción de madre, y uno de los muchos gestos que solidificaron el amor entre nosotras.

El hecho de incluirme en su testamento fue todavía más conmovedor porque en ese momento ella y mi mamá no podían casarse legalmente, y por lo tanto no podían beneficiarse de los derechos hereditarios que se otorgan a las parejas heterosexuales legalmente casadas, entre muchos otros beneficios de un matrimonio legal.

Mis hermanos y yo reconocimos a nuestras madres como una pareja casada desde que éramos pequeños, aunque nuestros vecinos y nuestro país no lo hicieran. El valor de mi familia y otras familias como la nuestra, que se han puesto de pie para desmitificar las estructuras familiares “alternativas” ha ayudado a cambiar la opinión pública y ha modificado el tejido social de nuestro país.

En 2003, Massachusetts fue el primer estado en legalizar el matrimonio homosexual, y muchas parejas gays viajaron ahí para casarse, sin importar que no fuera reconocido en sus estados de residencia.

Mis madres no lo hicieron.

Ellas insistían en casarse en su propio estado y era nuestra responsabilidad, como la generación joven, cambiar las leyes en Nueva York para que sucediera. En 2011, el matrimonio de parejas del mismo sexo fue legalizado en Nueva York bajo la Ley de Igualdad del Matrimonio.

Pero mis mamás no estaban satisfechas aún.

No fue sino hasta el 26 de junio de 2013, el día en que la Ley en Defensa del Matrimonio (DOMA) fue invalidada y considerada inconstitucional por la Suprema Corte –la instancia más alta en los tribunales de Estados Unidos– que mis mamás llamaron para darme la alegre noticia: finalmente iban a casarse.

Unos cuantos meses después, en nuestro patio, amigos cercanos y familiares fueron testigos de su unión oficial, una que por fin sería reconocida por el estado y por el gobierno federal.

Con 29 años de edad (ahora 33), ese día fue importante para mí, porque pude celebrar y demostrar mi aprecio por tener dos mamás increíbles que me entregaron su amor incondicional, lo cual me ha convertido en la persona que soy hoy.

 

Traducción de @charliecarax

Publicado por Mal Vestida.

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