Rosa, Gema y Abril
«Al principio fue un poco dura la convivencia, ya que las dos vivíamos solas y cada una teníamos nuestras manías. Pero la relación continuó y decidimos casarnos a los cinco años más o menos (cuando se aprobó la ley) y dos años después comenzamos a pensar en tener hij@s y nos pusimos manos a la obra. La primera en intentarlo fui yo pero sin ningún resultado. Después lo intentó Gema y se quedó en la primera inseminación. Mi relación comienza con el final de otra. Mi mujer me tiraba la cañita y yo no le hacía caso. Pero al final comencé con Gema por eso de que un clavo saca otro clavo y así fue. En la primera semana de relación ya estaba viviendo en mi casa, ya que además de nuestros sentimientos, tuvo que alquilar su casa de Aranjuez para pagar la universidad.
Llegó el nacimiento de Abril. Fue una larga noche en el hospital en la que Gema dormía placidamente sin contracciones ni nada y yo sin poder pegar ojo en toda la noche.
Pasé la noche imaginando cómo iba a ser mi hija, qué carita tendría, si todo saldría bien, si tendría pelo, cómo serían sus primeros gestos y cómo olería. Intentaba imaginar cómo sería su primer llanto, el color de su piel, y hasta llegó un momento en el que, entre un poco de confusión, el sueño que tenía, mi imaginación y mis ganitas de tenerla ya en mis brazos, casi, casi podía sentir cómo la acunaba sin estar todavía. Cuando vinieron a buscarnos por la mañana yo estaba muy cansada pero feliz de todo lo que mi mente había trabajado para ver y sentir a Abril incluso antes de que naciera. Y nació. Lo vi todo. Y todavía fue mucho más hermoso de como lo había imaginado. Sus gestos, sus ojos, su piel, sus manitas, el calor de su cuerpecito desnudo y que las dos estuviesen bien me hicieron sentir toda una hemorragia de placer, que desencadenó en lagrimitas de amor».
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