Empoderamos a nuestro hijo para que sea más feliz

A medida que se acercan las fiestas, mi memoria regresa al universo de nuestros comienzos. A primeros de diciembre estábamos en California y el test de embarazo positivo nos llegó una tarde de Nochebuena, preparando la cena en casa de mi madre. Mi marido y yo nos mirábamos embobados, sin poder articular palabra, mientras al otro lado del océano ella se reía.

Hoy, nuestro hijo ocupa y llena todo con su presencia, su amor, su alegría. Pero hubo un tiempo, más de 8 años atrás, en el que conformar nuestra propia familia nos parecía un sueño inalcanzable. No lo fue. De los miedos y la ignorancia pasamos al saber y entender y, aunque la información entonces era escasa, comparada con lo que hoy se habla sobre Gestación Subrogada (GS), nos embarcamos en un viaje iniciático que nos llevó a conocer a una mujer increíble y a ser padres de quien hoy es la esencia de nuestra vida. Nuestro hijo.

– Tras el colegio, el ritual del parque es sagrado. Padres y madres aguantamos estoicamente en pie, en tanto ellos corren, saltan, trepan por los árboles (haciendo que gritemos al unísono: ¡Bajad ahora mismo de ahí!) o suben a las colinas para descender galopando como una exhalación.

Alonso y cinco amigos se han alejado un poco y han formado un círculo. Contemplan algo que hay en el suelo, hablando entre ellos. Lo toman y se dirigen hacia nosotros con cara de importancia y estar buscando algo. Mi hijo, siempre con prisas, se adelanta corriendo. «¡Papi, es nuestro bebé!», exclama. El grupo se acerca llevando en el centro a un chico que porta una piedra grande de forma rectangular. Ni bebé ni muñeco ni nada parecido. Pero lo tratan con cuidado, con mimo, con devoción. Al llegar a nuestra altura gritan entusiasmados: «¡Todos somos padres!». Y nos cuentan que están buscando casa. En esa idea se dirigen hacia el otro lado de la fuente, escudriñando, rastreando.

Mirándome, una madre dice «Para que luego digan que los hombres no tienen instinto paternal, maternal o como lo quieran decir». Sonrío. Los veo alejarse, camino de su paternidad comunal y sus sueños infantiles.

Cuando, a finales de 2009, ella nos miró, tomó nuestras manos y nos aceptó, comenzó algo que nunca terminará. Nuestro hijo la conoce, sabe el lugar que ocupa en su vida y sabe todo el amor que hay detrás de su nacimiento. Él construirá su futuro con conocimiento pleno de sus orígenes, con su historia real y única.

 

Sé, sabemos, que algún día tendrá que enfrentarse a gente que lo insultará con nombres despectivos o qué degradarán a la mujer que lo trajo al mundo considerándola una incapaz, una vendida, un objeto. Sé, sabemos, que posiblemente algún día tendrá que hacer frente a ser llamado el hijo de los maricones.

Creo -espero con toda mi alma- que para ese momento hayamos sabido empoderarlo del amor y de la vida que hay tras su llegada al mundo.

Porque serán ellos, los niños y las niñas de nuestras familias, quienes tengan que plantar batalla frente a esas y esos que han hecho del ataque a los menores una señal de identidad.

Desde estas páginas quiero pedir a todas y a todos que, en el año nuevo, entre los propósitos que hagamos figure, en lugar preferente, defender a nuestros menores, defender nuestro derecho a fundar una familia. Defender el derecho de todas las personas a construir la propia familia como se desee y a que nuestros hijos e hijas no sean considerados nunca, nunca, nunca, ciudadanos de segunda en razón de esa construcción familiar.

Que el miedo al acoso, a los insultos o las amenazas no nos detengan.

Que nada paralice nuestra libertad y nuestro mañana.

Que en 2018 las familias LGTBI se llenen de chiquitines y orgullosas, muy orgullosas, enfrentemos el nuevo año sabiendo que estamos modificando la sociedad y que ese cambio que propiciamos es a mejor. A mucho mejor.

¡Feliz Año Nuevo!

P.D.Encontraron un hueco entre el seto del parque y unos arbustos. Lo despejaron y con hojas formaron un colchón donde recostar al bebé. De modo rotatorio le daban de comer o salían a traer comida. El sol se fue, el frio crecía y había que volver a casa. Se despidieron prometiéndose que al día siguiente volverían a seguir cuidado de su hijo. Suyo. De todos.

Para un grupo de niños del distrito de Vallecas, en Madrid, que los hombres funden una familia y tengan hijos ha pasado a ser parte de sus juegos, de su normalidad.

Realmente, las familias LGTBI estamos cambiando el mundo.

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